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MÚSICA. CRÍTICA

¿Me cuentas un cuento?

Un momento de ‘Contes d’Hoffmann’. | TEATRE PRINCIPAL

Prólogo. Qué buena idea la de ofrecer Contes d’Hoffmann en Mallorca. Se trata de una ópera curiosa: musicalmente muy interesante y filosóficamente potente, pues permite que cada uno de los espectadores vea en sus personajes alguna referencia a elementos del espíritu humano, como la bondad, la maldad, la esperanza, la belleza, el arte, el buen vivir… Así que empecemos dando las gracias a los responsables de haber programado ese título que tantas lecturas tiene, tantas como versiones, pues nunca sabes con certeza cuál será la historia que vas a presenciar, ya que, desde su primera representación, hasta hoy mismo, muchos compositores, directores musicales y de escena, han querido aportar (sic) algo, a ese título que el compositor dejó a medias, pues murió sin haberlo terminado.

Acto I. La producción que hemos podido ver estos días viene firmada escénicamente por Vincent Huguet y es propiedad de la Ópera de Burdeaux. En ella, unas grandes escalinatas móviles y que pueden agruparse de diferentes maneras, son la base de una escenografía que pretende, sin conseguirlo demasiado, ser fastuosa, pues en algunos momentos no deja demasiado espacio paras los movimientos corales y en otros es desaprovechada totalmente, como en la escena de la casa de Antonia, en la que apenas se utiliza ese vistoso decorado. Un decorado que, por otra parte, no da ninguna pista sobre los lugares en los que se desarrollan las acciones, que son diversos y lejanos entre sí: Nuremberg, París, Múnich y Venecia. De todas maneras, nada que objetar, doctores y directores de escena tiene la iglesia, una iglesia que aquí aparece, puntualmente, corrupta y viciosa en la escena de la cortesana Giulietta.

De la iluminación podemos decir que fue correcta, pero sin nada excepcional que la haga destacable. El vestuario, un tanto anacrónico y poco entendible.

Acto II. La parte vocal solista: muy bien. Todos los participantes, sin excepción, superaron el notable. Ninguno de los cantantes solistas, los de primera fila y los secundarios, dio la nota, al contrario, todos ellos se mostraron muy cómodos en sus papeles. Destacable, por su intensidad escénica y por su currículum, el tenor Ramón Vargas, quien a sus sesenta años todavía canta de forma excelente, sobre todo en el registro medio ya que, en los agudos, se aplica a si mismo aquello de «quien tuvo retuvo». También excelente Simó Orfila, un diablo que se las sabe todas para envolver el papel con una capa de humanidad y psicología que demuestra su profesionalidad. Annalisa Stroppa es una mezzo potente, va sobrada en el rol de Nicklausse. Las tres amantes, dos de ellas mallorquinas, muy bien, teatral y musicalmente: Pauline Texier, sedujo vocalmente en esa virtuosa y efectista aria de Olympia, Marga Cloquell demostró, como Antonia, que puede con papeles dramáticos de primer nivel y Marta Bauzà, no defraudó en ese corto, pero intenso papel de Giulietta. Todos los demás cantantes tuvieron su momento de gloria, no defraudando en ningún momento y estando siempre al mismo nivel que los protagonistas. Merecen mención el tenor catalán Josep Fadó, el barítono mallorquín Joan Miquel Muñoz y nuestra soprano Natalia Salom.

Acto III. Por lo que a la parte vocal no solista se refiere, es decir, el coro, una de cal y otra de arena, pues si bien empezó dubitativo, fue mejorando a medida que se sucedían sus intervenciones, sin llegar a estar del todo bien; aceptable, sí, pero sin llegar a notable. La orquesta, en cambio, mucho mejor: atenta, afinada, comprometida, en algunos momentos imperceptible, como esas bandas sonoras, que están ahí sin que te des cuenta. Un pero: a la directora, espléndida Yi-Chen Lin, le faltó marcar algunas entradas con solidez; el foso pide contundencia ya que los músicos no ven a los cantantes y solamente pueden guiarse por lo que la batuta les indica.

Epílogo. Unas preguntas: ¿Cómo puede convertirse la Barcarola, uno de los momentos más hermosos y, sin duda el más popular de la ópera, en una marcha fúnebre? ¿Cómo puede, un cortejo fúnebre, pasar de Múnich a Venecia, en solo un instante? ¿Cómo puede convertirse un robot en una suicida? ¿O se trataba de Hall 9000? ¿Cómo puede trivializarse el trabajo que hacen los profesores de canto, para indicar que sus alumnos se presentan a los concursos como si fueran autómatas? ¿Cómo puede afirmarse que si uno de esos alumnos no gana la competición se suicide?

Las respuestas, después de la publicidad.

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