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El gallinero

Deconstruyendo a Hamlet

El actor Enric Cambray.

Homenaje, despiece, deconstrucción o comentario de texto sublime de la obra, y el personaje, más ilustre de la historia del teatro, también la más representada. Todo eso es Hamlet.01, que programó el Teatre Principal de Inca, una proeza de Sergi Belbel y de Enric Cambray, porque si la dramaturgia es imponente, la interpretación del monólogo de dos horas no tiene desperdicio: modulación, energía, carisma y despliegue de registros.

La primera de las cinco entregas que tienen preparadas (se irán estrenando cada año y medio aproximadamente) es inteligente en el análisis de la historia original, desmitificadora –asalta sin complejos las contradicciones y las gratuidades del drama más freudiano avant la lettre de Shakespeare– y mordaz cuando hace referencia a algunas de las representaciones que han dejado huella o en el momento de comparar el mito con otros héroes escénicos; pero ante todo, la pieza es reveladora, descubriendo juegos de palabras, intenciones, interpretaciones desenterradas con paletín, azada y brocha de arqueólogo entusiasmado con el bardo inglés, aunque consciente de que la producción de los genios también está ahí para darle un meneo (como el que también se lleva todo un Hitchcock en el contraste desternillante de Hamlet con Los pájaros). Se va a hacer largo el tiempo que pase hasta el estreno del ‘02’.

Más allá de esta joya, de las últimas semanas de teatros y danzas cabe destacar la enorme Mucha Muchacha. Un canto a las mujeres, a la creación y al poder de sus cerebros. Ana Botía, Marta Mármol, Belén Martí Lluch, Chiara Mordeglia y Marina de Remedios están inmensas y emocionan en la elección de los referentes. Empiezan con un poema de Pizarnik, se atreven con una haka neozelandesa, zapatean, bailan electrónica que ellas misma emulan, sin música, le dan la vuelta al Lago de los cisnes o El bolero de Ravel o le ponen ácido a las letras del reguetón. Todo eso en una primera parte de vértigo que a mí me evocó la imagen de los chicos de El Club de los Poetas Muertos lanzándose por aquella ladera a pie de lago, al límite, entre la poesía y el abismo: alegría, liberación y ganas de vivir.

Para la segunda parte, tras unos minutos de descanso, dejaron el tributo a las madres y a las hijas y a la cura y a muchas más cosas bonitas que culminan en un final de apoteosis donde aparecen los nombres de artistas, deportistas, pensadoras, científicas o escritoras que nos han hecho mejores. Una maravilla.

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