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Contextos de Arte

Los cinco sentidos o la ‘Perfomance’ total de la Semana Santa

Joaquín Sorolla, Sevilla Semana Santa o ‘Los Nazarenos’, 1914, Nueva York, Hispanic Society.

Todos los años por Semana Santa me sorprende el fervor y emoción que unas imágenes, muchas de ellas realizadas en los siglos XVI y XVII, o incluso anteriores, siguen despertando en la población que se congrega año tras año para ver y disfrutar las procesiones. Estas imágenes se escapan del tiempo y el momento en que fueron concebidas, moviendo sentimientos como lo hicieron en su origen por toda la geografía europea. Se sacan a la calle esculturas en relación con la Pasión y muerte de Jesús, y lo más interesante es que cada zona tiene su forma propia de sentir y vivir estos pasos. Como españoles conocemos mejor la exaltación de Andalucía, la contrición de Zamora o la austeridad de las procesiones del norte. Cada uno aporta algo diferente y peculiar, pero muy enraizado en su tradición. Desde el «toque de la burla» de los carros-bocina de Murcia, a la «rompida de la hora» de los tambores del bajo Teruel. Pero en otros lugares, como en la vecina Portugal, también las procesiones recorren sus calles con emoción; al igual que en el sur de Italia, donde tantos años tuvieron la influencia hispana a través de los virreinatos. Se ha visto la efectividad de estas «puestas en escena» que hacen que el fiel/espectador se vea inmerso dentro de un episodio bíblico con intención de conmover su espíritu. Vive lo que ocurrió, y siente lo que pudo haber sido. El Arte ha sabido perturbar el ánimo y esto lo aprovecharon con gran rédito los jesuitas. San Ignacio en sus ejercicios espirituales apunta a la importancia de la imaginación para recrear la escena sobre la que se estaba meditando. Las esculturas, pinturas y demás artes visuales buscan facilitar esto. Si además se añade la música y la recreación «viviente» de muchas escenas, como dieron lugar los Autos Sacramentales representados dentro de las iglesias en las fiestas más importantes del año, desde Navidad a Pascua, se entiende que todos estos recursos hayan pervivido más allá del tiempo en que fueron creados.

La Semana Santa en tierras católicas se convierte en una perfomance total. Donde el artista ha quedado completamente subvertido a la interacción de su obra con el público. Ya no es la Oración en el Huerto de Francisco Salzillo en Murcia, o el Camino del Calvario de Gregorio Fernandez en Valladolid, o el Cristo de los azotes de Mena en Córdoba. La obra sale de su enmarque cotidiano para «vivir» el movimiento de las gentes que la portan, el olor de las flores que la decoran, la luz titilante de las velas que la descubre y la música que la rodea, junto con el jaleo y el silencio que conmueve. Cada Semana Santa el mismo ritual, pero siempre distinto. No son las mismas gentes, no son las mismas miradas, no son los mismos olores. Es la expresión del arte total.

La paradoja de todo esto es que para las mentes más estrechas, la Semana Santa es un conglomerado de ritos con sentido para unos devotos y que solo se vive como una tradición caduca que nada tiene que ver con el Hombre/Mujer contemporáneo. Sin embargo, su puesta en escena y su carácter experiencial entronca directamente con cualquier tipo de recreación artística de las galerías más vanguardistas y transgresoras. La Semana Santa, independientemente del lugar donde se lleva a cabo y su carácter directamente religioso para muchos, es una perfomance siempre abierta a las circunstancias, los imprevistos y las gentes. En el fondo es la propia experiencia artística. El objeto, sin espectador, no tendría esa dimensión. Es el que mira el que dota de trascendencia y relevancia a la obra. Es el que hace la obra de Arte. Por eso, cada Semana Santa veo una inmersión artística total, donde el arte se funde con la sociedad contemporánea y estrecha sus lazos con la tradición, usando para ellos los cinco sentidos. Pues, incluso la especial gastronomía de estos días: torrijas, roscas de Pascua, o las «monas», vienen a completar esa experiencia del arte en la calle.

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