Como un muchacho que acaba de descubrir un tesoro, el Nobel turco Orham Pamuk retrataba el martes en Madrid hasta el vuelo de las aves. Como si estrenara la vida llega a las ciudades y retrata los pájaros, las calles, las personas que lo abordan para un autógrafo, y parece que estuviera celebrando cada instante de los que desafían su mirada. Ríe, se entusiasma, lleva unos cuadernos en los que guarda sus impresiones, sus pinturas, y no deja que se le escapen los museos de los lugares que visita. Como un muchacho y como un niño. 'La peste', escribe en su último libro, "corre como un niño perdido y desamparado". Pamuk, que tiene ahora setenta años, se acaba de casar y está en España para presentar su libro 'Las noches de la peste' (Literatura Random House) del que habló este martes último para 'abril'. La escritura de esta obra monumental (732 páginas) reproduce no sólo una historia de realidad y ficción que ocurre, a finales del siglo XIX, en una isla inventada, Minguer, en Turquía, atacada por la peste, sino que va a las raíces del drama que sigue viviendo el mundo a raíz de la plaga que supone el covid. Aquí está la escritura como si ella misma reflejara el paso del tiempo y la persistencia del miedo que, en el siglo XIX, tenía los mismos colores que el miedo que seguimos pasando. Es también un libro sobre el propio Pamuk.

Su libro no es solo sobre la peste, es también sobre el dolor.

Es sobre cómo reaccionamos ante las plagas. La peste es más grave que el coronavirus, pero nos parece una plaga por la cantidad de información que tenemos a diario. Con el coronavirus te asfixias, pero con la peste sufres inmensos dolores y te mueres muy deprisa. Así que hay diferencias, pero también similitudes. Llevo pensando en esta novela 40 años, pero la empecé hace cinco. El gobierno turco se estaba volviendo cada vez más autoritario y pensé: "Esta será una buena manera, alegórica, de representar el autoritarismo". Pero de repente llegó el coronavirus y me adelantó.

El ritmo indica que todo sucedía con lentitud y en profundo silencio.

Me alegra que lo señale. Aunque uso muchas técnicas, como saltos en el tiempo, narradores diversos o puntos de vista, esta vez quería hacer una visión tolstoiniana del imperio otomano en decadencia. ¿Os gustan los otomanos? Pues aquí tenéis a mis otomanos en decadencia. O, como mi personaje Sami Pachá: muy crueles, haciendo sufrir a la gente para sobrevivir. Fue inevitable que el imperio se acabara, pero ellos intentaron detenerlo torturando a la gente y metiéndola en prisión. En mi historia, la peste acelera este proceso. He vivido en las sombras de los salones del imperio otomano, así que la gran mansión de Sami Pachá fue mi colegio. La otra gran mansión fue el edificio oficial donde me saqué el título cuando la escuela cerró. Pero a mí no me gustan las glorias de los otomanos, sino sus decadencias, su tristeza, sus sombras.

Los negacionistas de hoy, que sí tienen cultura, son una sorpresa para mí"

También usa la lentitud para describir el miedo.

En el siglo XIX el miedo estaba entrelazado con la ignorancia. Sólo el 5% de la población del Imperio Otomano sabía leer y escribir, y nadie entendía nada de microbios. 120 años después sabemos más, hay más información, más comunicación. En aquel entonces, como no sabían, pensaban que lo mandaba Dios y también había negacionistas. Pero los negacionistas de hoy, que sí tienen cultura, son una sorpresa para mí. He visto en Estados Unidos a médicos, muy formados, que son negacionistas.

Mientras usted escribía, la gente en todas partes sufría esta enfermedad del coronavirus...

Mi tía de 94 años, una de las primeras víctimas de coronavirus en Estambul, murió a dos manzanas de mi casa. Llevaba tres años y medio escribiendo esta novela y yo me sentía culpable, ¡era como si el virus hubiera saltado de mi manuscrito al mundo! La Humanidad primero lo negó, luego empezaron los rumores, la gente dejó de ir a trabajar, se cayeron los gobiernos, se volvieron autoritarios, reinó la confusión. Quería contar que la pandemia del coronavirus me dio a mí, por coincidir con la escritura (no hubo nada profético), la energía para escribir. Cuando estaba terminando mi novela 'Nieve' sucedió el 11-S, y Osama bin Laden estaba en mi manuscrito, así que lo eliminé porque no quería que la gente pensara que lo había añadido por el 11-S. Pero en esta novela no borré casi nada, sólo algunas de las descripciones de la cuarentena porque ya estaban en los periódicos.

Hay varios temas en la novela. Por ejemplo, la búsqueda de la libertad.

La única frase verdaderamente alegórica es la última frase de la novela, en la que el personaje dice: “¡Viva Minguer! ¡Vivan los minguereses! ¡Viva La Libertad!” Eso lo digo con respecto a 1901, al interior de la novela, y también lo digo, sí, en referencia a la Turquía actual. Estamos hartos del régimen autoritario de Erdogan. Si hubiera elecciones justas en año y medio creo que perderá, a no ser que la oposición cometa un error o algo así.

Es una novela literaria, no es un análisis de lo que es el autoritarismo en Turquía"

¿Puede esta novela ayudar a comprender lo que es el autoritarismo?

Esta es una novela literaria, no es un análisis de lo que es el autoritarismo en Turquía, donde la gente siguió votando, hasta hace poco, por Erdogan. Y las elecciones eran libres. La gente no le votará, dicen las encuestas, en las próximas; no por la falta de libertad, sino por la situación económica, que es muy mala para el ciudadano medio. Nuestra situación es muy comparable a la de Argentina, desafortunadamente.

Al dolor se suman la falta de libertad y la furia por estar enfermos.

¡Y son sentimientos contradictorios! La gente le dice a los gobiernos: "por favor, controlad esto, no me quiero morir, este es vuestro trabajo". Y esa misma Humanidad, cinco minutos más tarde dice: "eh, no me toques el negocio, no me cierres la tienda, no toques mis libertades, quiero poder salir tanto como siempre, no hagas confinamientos". Las demandas de la Humanidad son contradictorias.

Hay también la evidencia de que la vida es bella...

Sí, gracias por percibirlo. Hay tres modelos para esta novela, para mi Minguer imaginaria: Creta, que me encanta y tiene su propio microclima. Otro es una isla muy pequeña, el lugar más oriental de la república griega, a media milla de la zona más al sur de Turquía, que se llama Kastellorizo. Allí voy todos los meses de mayo, alquilo una casa con vistas a esta pequeña isla griega. Y el tercer sitio es Prinkipo o Büyükada, el lugar cerca de Estambul donde paso los veranos. Ahí solía haber coches de caballos hasta hace muy poco. Venía el viento del sur tan fuerte que no se podía ir a la ciudad. Sitúo mi novela en una isla porque me gusta la idea del aislamiento. El aislamiento hace que la historia se mueva más deprisa. El aislamiento hace que los deseos humanos invisibles suban a la superficie.

¡Y además tiene a Sherlock Holmes!

Abdul Hamid es una especie de Reina Victoria turca, porque gobernó durante 34 años. Era muy autoritario. Hay una dirección alegórica, pero él también estaba interesado en construir fábricas y modernizar Turquía, construyendo escuelas, hospitales. Admiraba a Conan Doyle y lo invitó para darle una medalla por los libros sobre Sherlock Holmes. Conan Doyle quiso ver su palacio y Abdul se puso paranoico ante la posibilidad de que situara su siguiente Sherlock Holmes en su palacio, así que le dio una medalla pero no lo recibió.

Escribe muchos dramas, pero usted es una persona llena de alegría.

Sí, de hecho tengo todos los estados de ánimo de mis personajes. Me conozco: si estoy alegre escribo un capítulo regular. Si estoy triste escribo otro tipo de capítulo. No soy especialista sobre el carácter humano, pero creo que el carácter se adapta a las situaciones. No hay un solo carácter en nosotros y tampoco un solo intelecto, a veces somos muy listos y a veces muy lentos e idiotas. También me veo así.

Estambul está siempre. Usted dice “la vida preciosa acabará pronto” mientras avanza por la vía Estambul...

En mi infancia, Estambul era muy provinciano. Había una avenida principal y pensabas: "la vida está ahí". Igual que podrías pensar que la vida estaba en París, en Londres o en Nueva York. Ahí es donde quieres ir. Soy un chico de ciudad. Me gustan las muchedumbres de ciudad. Una de las cosas que me asustaron de esta pandemia es que la ciudad estaba vacía. Yo soy un privilegiado: en el confinamiento saqué muchas fotos de las calles vacías de Estambul porque tenía un guardaespaldas que me dio el gobierno por razones políticas. Y caminaba y sacaba fotos interminables de las calles vacías, la policía me dejaba pasar.

¿Pensó en algún momento en ‘La Peste’ de Albert Camus?

Sí, por supuesto. Mi deseo de escribir una novela sobre este tema empezó en mi adolescencia cuando leí ese libro de Camus. Pero no es una novela realista, es una novela alegórica, política. De hecho, este año en la Universidad de Columbia, en mi clase de literatura comparada, estamos viendo que la peste es la invasión de Francia por los nazis. En medio de la noche llegan ambulancias, cogen a la gente y se la llevan al hospital. Eso no es realista. Eso es una manera alegórica de contar cómo se llevaban a los judíos a los campos de concentración. Es un gran escritor, sabe cómo construir escenas llenas de fuerza, y escribe de forma muy sencilla y muy bella, pero no es realista. Yo quería escribir una novela realista, no alegórica. Si tengo alguna alegoría esta es política, pero me esforcé mucho en acertar con los detalles, con viejos libros.

Hay metáforas de una realidad muy dura, como el asesinato del boticario, un símbolo de su libro.

Sí, hay un asesinato que en mi libro se intenta resolver. Hay de nuevo, como en 'Mi nombre es Rojo', no una sola respuesta, aunque para mí la respuesta sea obvia: la gente mata a los médicos para que los problemas no se acaben.

A medida que me hago viejo quiero ver el mundo cada vez más a través de ojos femeninos

¿Esos dos estilos, el primero como del siglo XIX y el siguiente más actual, son deliberados? ¿Escribió dos libros en realidad?

Mi libro lo narra una académica. Yo soy un académico y además conozco el deseo de los académicos de ser correctos y políticamente correctos. Y a medida que me hago viejo quiero ver el mundo cada vez más a través de ojos femeninos. Y aunque ella sea hija de un sultán y una aristócrata, se ha pasado toda la vida como prisionera de su padre y cuando sale a ver el mundo se convierte en prisionera de la peste. Lo único que puede hacer es escribir cartas. Me gustan estas ironías. Pienso mucho en ellas antes de sentarme a escribir mis libros. Aquí también quería deconstruir las mitologías nacionalistas modernas: cómo se inventaron y se desarrollaron y se usaron para educar a la gente y meterla en fila para obedecer la ideología oficial.

Dígame una cosa: ¿la novela es también sobre usted?

Es sobre una infancia mía. Yo fui al colegio como esta niña del epílogo y pasaba las páginas de un diccionario porque el profesor me lo había dado. O en 1959, como en la novela, estaba en Ginebra, tenía 7 años, había carreras de barcos y yo las vi. Mi padre trabajaba para IBM en Ginebra. Hay muchos recuerdos personales. Yo miro mucho a los niños, y de pequeño me peleaba con otras pandillas. Hay algo infantil, ingenuo, en este libro. Mi problema era este, incluso antes del coronavirus: estaba escribiendo sobre mucha gente muriendo. Es un libro realista sobre el sufrimiento humano. Pero el humor venía de dentro. Yo se lo leía a mi mujer y le preguntaba: ¿es cínico esto?, ¿escribir sobre la gente que se muere y que el lector se sonría? ¿O estoy señalando la belleza de un lugar, de una isla mediterránea? Y ella me decía: tú escribe. Y yo escribí.