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Fotografía vs arte contemporáneo, y viceversa

TEATRE PRINCIPAL ©PEDRO COLL

Apartir de aquel Point de vue de Nicephore Niépce, 1862 (la primera impresión fotográfica directa de la realidad que se conoce) no todos los fotógrafos desearon ser considerados artistas plásticos. Pertenezco a la división de los que no, de los que utilizan la fotografía como un medio de comunicación visceral, más cercano a la literatura, al cine o a un cierto tipo de periodismo. Un medio de expresión que conlleva un apasionante tipo de vida que combina lo nómada con lo sedentario, socialmente empático, siempre próximo a lo humano, cuyo objetivo está centrado en llegar al hombre de a pie informado, no al coleccionista o a los inversores.

Estos días Pepe Cañabate ha inaugurado Nightpol, su última propuesta, en la galería de arte contemporáneo iGallery, de Palma. Su trabajo de laboratorio, durante casi tres décadas al servicio de otros fotógrafos, ha ido difuminando su paralela y personal producción como autor. Aunque le conocía de antes, realmente lo descubrí cuando me enseñó su serie Onco (2007). Utilizando un blanco y negro rabioso, trata del seguimiento en vivo y en primera persona de una muy dura experiencia, un valiente autorretrato prolongado durante un proceso de incógnita y dolor. Me di cuenta entonces de su profundidad en el relato y en la forma, dos cosas que se escapan a mucho fotógrafo autodenominado contemporáneo, siempre colgado del cliché de la foto anémica e insulsa amparada en un discurso críptico con barníz filosófico.

Titán, otro autorretrato, infinito, porque seguirá en proceso sin otro límite de tiempo que el tiempo vital de su autor, cosas del ADN, está planteado con humor ácido, imaginación surrealista y una técnica realmente sofisticada de magistral resultado. Ahí parece empeñado en hurgar dentro de sí mismo en busca de la infinidad de Pepes que parece que le habitan. María-Josep Mulet, en el texto que acompaña al libro (publicado en 2016) da con las claves. Relajando límites y sugiriendo cómo de ecléctico y abierto debería mostrase hoy este necesario lenguaje que llamamos fotografía. Porque nos estamos moviendo en una locura de compartimentos estancos incomunicados: lo digital y lo analógico, la fotografía narrativa y la contemporánea, la controvertida relación de ambas con ‘lo artístico’... «La serie (escribe María-Josep) es clásica y es moderna, es analógica y es digital. Porque la paradoja inunda el proceso. Es una vuelta a los orígenes sin olvidar la tecnología de última generación.’ Con su habitual estilo preciso y serio, ideas claras y conocimiento profundo de esta materia que tan poco abundantes son, María-Josep Mulet descubre el personal y creativo camino, lejos de manidas tendencias, seguido por nuestro autor.

Y vayamos a Nightpol, el proyecto ahora expuesto que motiva estas líneas. Si lo comparamos con los otros dos, sólo por su extensión podría ser considerado una obra menor. Pero estas ‘doce fotos más una, no por superstición’, como escuetamente me dice Pepe en un whatsapp, dando por supuesto que le he entendido, tienen una profundidad silenciosa y coherente que lo agrandan. De lo que quizá él no se ha dado cuenta es de que estamos ante otro autorretrato (siempre ha sido un poco retorcido autorretratándose), esta vez más sutil y camuflado, escondido bajo este relato de volúmenes y formas que aprovecha el cromatismo de las luces bajas. Un tema casi industrial, recitado con sensibilidad plástica y, como siempre, marca de la casa, con la técnica adecuada.

Al contrario que en Onco, relato intensamente subjetivo, o que en Titán, de elaboración barroca, lo que ahora nos muestra en Nightpol son imágenes equilibradas y casi abstractas, que se podrían colgar en la pared de nuestras casas. Hablando en plata, tienen la amabilidad y belleza formal que los hace ‘comerciales’, que se pueden comprar, primer requisito, aunque tácito, para ser tocado por la varita mágica del mercado del arte, a la vez que encierran un interesante contenido narrativo. De nuevo, como en Onco y Titán, destaca el equilibrio entre lo estrictamente plástico y la pulsión narrativa. Para mí, esta es la clave, el cóctel que en realidad buscamos los fotógrafos narradores. Me resulta irracional el rechazo a este tipo de fotografía que ejerce el club de lo ‘contemporáneo’. De manera condescendiente la definen como ‘documental’ -simple reproducción de la realidad- y le niegan validez artística. Es algo que tiene muy claro el corporativista think-tank que mueve los hilos del arte contemporáneo y que ha conseguido convertirlo en jurisprudencia. ¿Tanto temen a la contaminación de su celoso hábitat? ¿Por qué renunciar a lo enriquecedor del mestizaje? Hablamos de arte, no debería haber reglas ni límites, aquí la palabra pecado no existe. Y algo que se les olvida, que gato blanco, gato negro, no importa si caza ratones.

Acabemos. Estaba por preguntar a los que tanto saben si todo este largo esfuerzo creativo de Pepe Cañabate puede ser considerado arte contemporáneo. Pero no lo voy a hacer, porque no me interesa la respuesta que puedan darme. Sé, sabemos, que lo que hace Pepe es muy bueno y que es fotografía, F-O-T-O-G-R-A-F-I-A. Como independiente que es, navega a millas de distancia de esos insulsos y contemporáneos lugares comunes tan vistos.

Salud, el tiempo y el racional criterio irán poniendo las cosas en su sitio, seamos optimistas.

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