El cuento de Sa Rateta, que el Arxiduc recogió de la tradición oral mallorquina, se convirtió en La ratita presumida. Pero con una diferencia sustancial: «La versión antigua no ha pasado por el tamiz de las monjas y su educación para señoritas que iban a convertirse en buenas esposas recatadas», dice la escritora de cuentos Ana C. Herreros. Por eso cuando se topó con el de Luis Salvador de Austria le pareció «totalmente pionero». «Seguramente lo escuchó relatar a una mujer y lo recopiló tal cual, adaptándolo de forma narrativa, aunque sin alterar la esencia del original ni añadir ningún sesgo patriarcal. El gran problema de la tradición oral es que la mayoría de las historias han sido recogidas por hombres relacionados con la Iglesia, por lo que transmitieron las versiones que les parecieron afines a sus intereses, es decir, usar los cuentos en la formación de mujeres de bien con valores cristianos, que ellos consideraban los adecuados».

Herreros pensó de inmediato en difundir Sa Rateta y la incluyó en su libro Cuentos populares del Mediterráneo. Ahora le ha dado el protagonismo con la publicación de La verdadera historia de la rata que nunca fue presumida. Ella se encarga de la escritura, «sin tocar apenas la versión del archiduque de Austria», y la ibicenca Violeta Lópiz firma las ilustraciones de un libro que el prestigioso rotativo The New York Times ha escogido entre los 25 mejores del mundo de literatura infantil en 2021. Su cuidada edición también ha sido galardonada por el ministerio de Cultura, que destaca «el juego de la ilustración y el texto, la calidad de las imágenes y la capacidad de transmitir», según describen.

Nada de lazos

La autora es también contadora de cuentos y uno de los que más narra es el originario de Mallorca. «Me encanta cuando pregunto en las funciones: ¿qué se compró la ratita? Y si algunas niñas dicen «un lazo», les respondo: no seáis cursis, se compró un repollo para hacerse una casita. Se quedan de piedra», explica riendo. Esta es la principal diferencia que destaca respecto a la versión modificada, ya que «no quería un lazo porque fuese presumida, sino que quería una casa, una habitación propia, como Virginia Woolf, algo que molesta mucho al patriarcado. Los pretendientes no se querían casar con ella porque se pusiese guapa, sino debido a que tenía una casa», argumenta.

La primera distinción entre los dos cuentos es que el más fiel a la tradición oral «representa a una rata que piensa, usa la razón para valorar las consecuencias de sus actos». Herreros especifica que «cuando está barriendo la calle, que es un guiño a lo comunitario, y se encuentra una moneda, no afirma enseguida «me compraré un lazo», sino que va descartando diversas opciones y elige la que le parece más idónea». Una tercera diferencia importante es que no se casa con el primero que se lo propone. «No tiene un pelo de tonta y desprecia a los gatos, que son depredadores, aunque al final escoge a uno pequeño y además cojito. Eso le da pena, típico de las mujeres. Y se casa con el gatito pensando que no se la comerá».

Violencia machista

Sin embargo, es un gato, es decir, un depredador, y se la zampa. En ambas versiones. «Es un cuento muy pionero -incide la escritora- porque habla de la violencia de género al advertir de que estamos en peligro si nos enamoramos de una persona así» y debido a que «la primera versión es feminista». Cuando Herreros se convierte en la cuentacuentos Ana Griott, al acabar avisa a las oyentes: «Si sois ratas, no os caséis con un gato, ya que tarde o temprano acabaréis en el plato. Pero tenéis que saber que a las mujeres nunca se nos han comido por ser presumidas, sino por elegir mal». Una vez un niño de cuatro años le hizo una observación que le fascinó: «Qué cuento tan inteligente, los gatos se comen a las ratas». Así de simple fue lo que dijo. «Seguro que a él le habían contado otra versión», bromea la autora. «Los gatos no son malos por ello, sino que está en su naturaleza».

Otra lección que subyace en el relato es que «hay que hacer caso a las señales», pero la rata no lo cumple. La también filóloga pone el ejemplo de la noche de bodas, cuando ambos comen un pastel hecho con comida de gato y a ella le sienta mal y mancha la sábana. «En los cuentos tradicionales, el amor no es el del mito romántico, sino que tiene que ver más con el compañero, es decir, con quien compartes el pan, por lo que no puedes ser compañero de alguien que no come lo mismo que tú y además te va a comer a ti», dice sobre uno de los simbolismos que jalonan la narración.

Los patos son abanicos

Las ilustraciones de Violeta Lópiz son muy simbólicas, con burros dibujados como sillas, abanicos en lugar de patos, un repollo que se transforma en globo terráqueo, gatos que son tijeras y gatitos con la forma de pares de calcetines, a excepción del cojo, que es un solo calcetín. De ahí el juego entre la ilustración y el texto valorado por el galardón de Cultura. Herreros tuvo que retocar frases originales del cuento de Sa Rateta para que se entendiesen los dibujos, entre ellas «se compró un repollo», a la que añadió «redondo como el mundo», ya que la rata aparece encima del globo terráqueo. Otro toque personal es el hilo que se va enredando y haciendo cada vez más grande durante la aventura del gatito para conseguir lo que le piden diferentes personajes. Ha dejado a la rata bajo un almendro (representado como un secador de pelo) para que se seque tras caerse al lavadero y se ha ido en busca del hilo que necesita para coserle una herida (en forma de pañuelo rojo). Pero el rechazo continuo al que se enfrenta, «una metáfora de la resiliencia», le hace volver y, «como no tiene hilo y a la rata le sangra el morrito, el gato le pega un lametón para limpiarla y le gusta tanto que se la come. Ahí acaba el texto, no el cuento», tal como apunta la narradora.

Las ilustraciones de Lópiz en las últimas páginas «dejan de ser el relato simbólico que alerta a las niñas sobre la necesidad de elegir bien a quien te acompaña». Una imagen muestra a una mujer con un vestido blanco (el color de la rata) y todos los elementos que aparecían en el cuento rotos por el suelo. «Aquí no hay palabras para que cada cual interprete su historia», dice Herreros. Al pasar las páginas, «la mujer lleva en la mano el pañuelo rojo, barre todo, guarda lo que sirve, se sienta en una mesa, empieza a pintar, se corta la trenza, que simboliza la niñez, y la coloca bien visible para no olvidarse nunca. Y después se marcha, porque la única salida a la violencia machista es irse, no hay otra», concluye.

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‘Sa Rateta’ del Arxiduc fue pionera del feminismo

Educación católica

Aunque La verdadera historia de la rata que nunca fue presumida añade estas ilustraciones como colofón, la escritora asegura que «no ha sido necesario hacer una versión feminista, sino volver a las fuentes, a las versiones antiguas», las que quedaron relegadas con las modificaciones posteriores. Ana Cristina Herreros explica la concatenación de motivos: «En 1857 se promulga la Ley Moyano, que instaura la enseñanza obligatoria de los seis a los nueve años (la tasa de analfabetismo en la época era del 94% en España). En 1881 se seculariza la educación en Francia, por lo que muchas de las órdenes religiosas francesas se trasladan a España para fundar colegios católicos. Las femeninas fundan centros para niñas donde el objetivo era educarlas para que fueran buenas esposas, recatadas y que no dieran lugar a que los maridos perdiesen el honor», tal como señala. 

Continúa especificando que «estas monjas venían imbuidas del Romanticismo alemán y, por tanto, del interés por los cuentos populares. Recordemos que es la época de los hermanos Grimm y también de los nacionalismos, tanto europeos como americanos, y que la base que sostenía la justificación de los nacionalismos era la existencia de un espíritu que pervivía a través de los siglos en los cuentos tradicionales. Sin embargo, los hermanos Grimm se dieron cuenta de que no hay cuentos alemanes, porque son iguales que los polacos o que los noruegos o que los franceses, sino versiones alemanas de cuentos que se cuentan en todo el mundo. Pues bien, las órdenes religiosas francesas tomaron los cuentos populares y los versionaron para que sirvieran a sus intereses y es este el momento en que la rata se volvió presumida».

Walt Disney

«Hay numerosos casos», destaca Herreros. «A La bella durmiente que Giambattista Basile recogió en el Pentamerón en 1634 no la despierta el beso de un príncipe, sino su hijo, que le succiona el dedo y le extrae la astilla del huso cuando estaba buscando el pecho de su madre dormida. El beso aparece con la versión moralista y machista de Walt Disney», tal como reprocha sobre el mito del amor romántico, «con el hombre salvador que la despierta, basado en la leyenda de Tristán e Isolda, que es como concebimos el amor en Occidente». Otro ejemplo que menciona es Bambi: «El cuento original fue escrito por un judío austriaco y es una alegoría sobre la persecución de los judíos los años previos a la Segunda Guerra Mundial».

Por estos y otros muchos casos remarca la importancia de ir a las fuentes antiguas. «Adoro a esas personas, sobre todo mujeres, que como Caterina Valriu están dedicándose a rescatar textos que proceden de la tradición oral y que incluso están haciendo un trabajo de campo para encontrar a quienes narran los cuentos», afirma poniendo como ejemplo a la investigadora isleña, que acaba de ganar el Premi Mallorca por el ensayo titulado Les rondalles que l’Arxiduc no va publicar. Herreros descubrió Sa Rateta durante un trabajo sobre los Balcanes. «En 2003 el Centro de Investigación para la Paz me pidió que buscase cuentos del Mediterráneo», pero esa es otra historia. Fin.