«La noticia de que se retira de los escenarios me ha cogido por sorpresa, pero hoy no es un día triste, porque todos tenemos un final. Aplaudo que se retire con dignidad y ojalá vuelva, porque todavía está en forma, fenomenal, capaz de dar conciertos de tres horas, dos días seguidos», señala Miquel Jaume, del Grup Trui, empresa que ha traido a Balears a Serrat en más de una treintena de ocasiones, y con la que repetirá: «Seguro que su última gira pasa por Mallorca, si no lo mato. Es mi ídolo».
La primera vez que Serrat actuó en Palma de la mano de Trui fue en 1980, en la plaza de toros, un día después de que actuaran, en el mismo recinto y también organizado por Miquel Jaume, John McLaughlin y Paco de Lucía. «Desde entonces nunca me dejó, siempre fue fiel a nuestra oficina», comenta este empresario del mundo del espetáculo ya jubilado, que define como «un placer» el hecho de trabajar con el cantautor catalán. «Serrat siempre me mostró qué es el respeto al trabajo. En lo profesional es muy exigente y en el trato, en las distancias cortas, muy humano y sencillo», añade.
A modo de anécdota, el promotor mallorquín cuenta que en 1986, después de un concierto en Es Castell, en Menorca, donde Serrat tiene una casa desde hace décadas, le dijo que quería retrasar la cena, «que no se sentaría a la mesa hasta que los técnicos desmontaran todo el escenario. Y les esperó. Nos dieron las tres de la madrugada, como dice aquella canción de Sabina», recuerda entre risas.
Como artista, y a diferencia de otros que exigen «hasta tres botellas de Vega Sicilia», Serrat «nunca se ha comportado como un divo. Como mucho me pedía una sobrasada y unas galletas de Inca».
Miquel Jaume también subraya el cuidado y la atención que Serrat siempre ha tenido para con el público. “Le gusta darlo todo a los espectadores, eso es lo primero. Luego están los músicos, con los que también siempre ha habido fidelidad, y los promotores. Se preocupaba mucho por mi trabajo. Recuerdo un concierto en el que tuvimos que colocar a algunos espectadores, en Menorca, sentados sobre tablones que se aguantaban entre bloques de obra. Y es que no nos quedaban más sillas, se agotaron, no había dónde encontrarlas. Estuvimos bromeando con eso”.
“Serrat ha sido el artista con el que más gusto he pasado trabajando. No habrá otro como él”, confiesa Miquel Jaume.