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El amplificador | Julio Molina: Desde las tripas del rock’n’roll

Despegó con Mineralwater, una banda de power-pop para minorías, y ha demostrado pegada con Urtain, un grupo que últimamente flirtea con ritmos y texturas cercanas al disco-rock de principios de los 80

El Amplificador | Julio Molina, líder del grupo Urtain

El Amplificador | Julio Molina, líder del grupo Urtain Bernardo Arzayus

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El Amplificador | Julio Molina, líder del grupo Urtain Gabi Rodas

Julio Molina ha dedicado su vida al rock’n’roll. Lo lleva en la sangre desde que era un niño, cuando sonaba en su Burgos natal el Maneras de vivir de Rosendo. Desde entonces no ha dejado de acumular conocimientos sobre este lenguaje sonoro, hasta convertirse en una auténtica enciclopedia. Tras militar en Mineralwater, un grupo con el que giró por toda España, hoy lidera Urtain, una banda tan honesta como difícil de situar.

Nacido en Burgos en 1975, en el barrio de Gamonal, «lo que ya de por sí aporta cierto pedigrí obrero y combativo», se trasladó a Mallorca con su familia cuando contaba 8 años. «Mi infancia y adolescencia se desarrolló en el barrio de Hostalets, muy conflictivo en aquellos años o digamos que multi-clultural. Colegio público, años 80, los Chunguitos, Los Chichos y Rosendo sonando por todas las calles y a pesar de que en esos años en ese barrio si te caías al suelo era fácil tropezarse con una jeringuilla, daba igual, jugábamos horas y horas en la calle. A los de mi generación no nos tocó vivir ese drama, formaba parte de la vida y permanecíamos ajenos y a nuestras cosas, pero sí recuerdo a muchos hermanos mayores de amigos metidos en eso. Nosotros estábamos jugando al balón, en los recreativos y en el mejor de los casos intentando que las chicas de Santa Mónica nos hiciesen algo de caso, cosa que casi nunca ocurría», confiesa.

Su educación musical fue «clásica y forzada». Su padre, pese a no estar interesado «en absoluto por la música», le obligaba a ir a clases con su tío, profesor y músico profesional. «Recuerdo que me jodía muchísimo, a veces tener que estar ahí haciendo escalas toda la tarde mientras mis amigos y hermanos jugaban en la calle. Lo que sí me gustaba era trastear con el Organo Hammond B3 que tenía, ahí si podía pasarme horas tocando teclas, botones y palancas, era como un juego, me imaginaba canciones y escribía cosas seguramente absurdas que me inventaba, basándome en canciones que conocía o que había oído en algún sitio. Seguramente serían un desastre pero a mí me parecían muy buenas y me imaginaba que algún día las tocaría delante de la gente», recuerda.

Julio Molina, cantante, guitarrista y compositor del grupo Urtain. | BERNARDO ARZAYUS

La radio fue determinante a la hora de forjar su idilio con el rock. Se pasaba horas y horas moviendo el dial en la cocina de su casa, «y alucinando cada vez que escuchaba una guitarra eléctrica». También le marcó sobre manera una amistad, la de Luis, que le abrió el camino, vía vinilos, hacia los universos de los Clash, Elvis Costello, los Beatles o The Stooges. «Podía pasarme horas en el cuarto que compartía mi amigo con su hermano y sus otros hermanos mayores mirando las portadas del Ruta 66 y leyendo cosas de Springsteen, Tom Petty, Bob Dylan o de Bowie».

Sin embargo fue el acordeón el primer instrumento al que se entregó. «Es un instrumento bastante complejo que te da una perspectiva muy amplia de la música, al mismo tiempo puedes tocar la melodía con una mano, con la otra acordes y bajos, y a la vez modular la intensidad con el fuelle. De ahí pasé al piano en el conservatorio un par de años, pero lo que me voló la cabeza fue cuando toqué por primera vez una guitarra eléctrica. Recuerdo que tardé años en afinarla con la afinación standard, me inventaba afinaciones y adaptaba la afinación a la canción que quería tocar, sin más, poco a poco, y fijándome sobre todo en cómo tocaban los guitarristas que me gustaban, fui aprendiendo y ahora podríamos decir que es mi instrumento de cabecera».

Rompan Filas fue su primer grupo, «un absoluto desastre», asegura, «niños ruidosos y molestos que tocábamos en cualquier lugar donde hubiera un enchufe». Bendita espontaneidad y frescura. Luego vendría Mineralwater, y esa ya es otra historia. «Fichamos con un sello indie de Madrid y eso nos permitió tocar por todo el país y grabar varios discos de los que estoy muy orgulloso. Fuimos una banda de power-pop para minorías, pero lo pasamos de miedo y aprendimos muchísimo, de lo bueno y de lo malo. A partir de esa experiencia es cuando me di cuenta de que para hacer un buen trabajo y sonar de verdad había que ir un poco más allá de aquello del sexo, drogas y rock’n’roll. Eso era en las películas, la vida del músico es mucho más dura y exige mucho sacrificio y constancia, pero vale la pena».

Urtain es su actual banda, un grupo «difícil de situar», ya que nunca han estado interesados en pertenecer a ninguna escena, ni a la indie ni a ninguna: «Son etiquetas comerciales que conllevan prejuicios y nosotros no tenemos ninguno, amamos la buena música y tenemos una base muy amplia que intentamos plasmar en nuestros discos. Tampoco pretendemos gustar a todo el mundo, ni hacer siempre lo mismo. Nos gusta investigar y disfrutar desde las tripas con lo que nos pide el cuerpo, pasándolo bien mientras tocamos y olvidándonos de lo que es tendencia o no lo es. Siempre hemos sido muy libres para acercarnos a otros géneros, pero desde la óptica de una banda de rock, que es lo que somos en esencia», reflexiona Molina. En los últimos tiempos, Urtain se está trabajando «con ritmos y texturas cercanas al disco-rock de principios de los 80 y el funk negroide, pero con un espíritu pop. «Siempre hemos sido una banda de guitarras pero no le hacemos ascos a los arreglos de viento, sintetizadores o programaciones». Entre las asignaturas pendientes, la grabación de un disco en directo, que llegará.

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