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Crítica de cine | Iluminar las desigualdades

Maria Morera y Nicolle García en ‘Libertad’.

No sirve de nada la perfección de un engranaje narrativo si no resulta creíble, tampoco la elaboración meticulosa de un libreto si no se puede plasmar su esencia en la pantalla. Pero en el caso de Libertad, la ópera prima de Clara Roquet, ambas cosas van de la mano de una manera tan armoniosa como transparente. Son muchas las capas que contiene un relato perfectamente trenzado en el que se habla de las diferencias de clase, las desigualdades, las relaciones maternofiliales, la amistad adolescente y el ansia juvenil por descubrir el mundo.

Pero lo importante es la elegancia con la que Roquet encaja esos elementos dentro de la configuración de un universo tan reconocible como único, un microcosmos femenino cerrado en el que la brecha generacional también adquiere una importancia fundamental. Así, tres mujeres de edades distintas, abuela, madre e hija, se enfrentarán a un momento de sus vidas en el que todo se tambalea a la luz y el calor de un verano revelador que les podrá a prueba. Pero lo importante aquí son Nora (la niña rica) y Libertad (la hija de la asistenta de la familia), su acercamiento y su aprendizaje juntas y su camino no solo de autodescubrimiento, sino también de asimilación de los estigmas sociales que las rodean y condicionan, que las separan para siempre.

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