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Crítica de cine | Lo que cuesta decir adiós, Bond

Sin tiempo para morir

La vigesimoquinta película protagonizada por James Bond ha sido concebida como una despedida adecuada para Daniel Craig y como un intento de ofrecer a su versión del personaje algo parecido a un cierre. Y tan preocupada está por cumplir ese cometido que desatiende aquellos elementos de la saga que le han proporcionado el éxito durante seis décadas a pesar de incluirlos en suficientes dosis como para rellenar más metraje, de largo, que ninguna aventura previa del espía.

Su premisa nos presenta a un Bond deprimido y aislado del mundo que se ve obligado a volver al servicio activo a causa de una nueva amenaza planetaria -¿no hizo Skyfall precisamente eso?- y que, mientras avanza por una peripecia narrativa tan ridícula como las que el espía protagonizaba cuando lo encarnaba Roger Moore, descubre que 007 ya no es él sino una mujer negra llamada Nomi. Diseñado para señalar un cambio generacional y reparar el sexismo y el racismo históricamente asociados a la saga, el golpe de efecto narrativo habría resultado más efectivo si la nueva agente no permaneciera en los márgenes de la trama. La película no tiene tiempo ni para ella ni para los personajes secundarios habituales de la serie, y proporciona poco más que un cameo a quien teóricamente es la gran némesis de Bond, Blofeld; por lo que respecta al otro gran villano de la película, no es más que otro megalómano desfigurado de saldo.

Las diversas secuencias de acción confirman la habilidad del director Cary Joji Fukunaga a la hora de colocar la cámara para crear el mayor impacto visceral posible, pero resultarían más memorables si, tanto en su transcurso como en el del resto del metraje, Craig no se mostrara tan ansioso por retirarse como su personaje. A pesar de ello y de su alarmante falta de química con Léa Seydoux, el actor nos convence del coste físico y psicológico que tantos años al frente han tenido para Bond. Pero entretanto, decimos, la película se olvida de equilibrar esas pretensiones de trascendencia con momentos de lucimiento visual y dosis suficientes de sarcasmo y hasta de bobería. No debería ser tan difícil. Después de todo, de nuevo, ¿no hizo Skyfall justo eso?

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