«Se me rompió la vida. Tenía 20 años y habíamos hecho planes, teníamos proyectos en común», recuerda emocionada Margalida Bover, la compañera de Salvador Puig Antich. Pero «lo más triste fue que antes de su ejecución ningún partido emergente de izquierdas hizo campaña para evitarlo. No pidieron su indulto, porque era anarquista y el anarquismo da miedo a quienes quieren tener poder», explica la mallorquina, que ayer fue la presentadora del coloquio sobre Breu història de l’anarquisme als Països Catalans. El apoyo llegó un día después, de forma espontánea por parte de la ciudadanía, que «acudió hasta el cementerio de Montjuic con una flor». Ella solo recuerda que llovía y durante tres décadas no habló de este trágico desenlace. «Sufrí mucho y aún sufro», añade.

Sin embargo, cree que la lucha «siempre vale la pena, sobre todo en una dictadura, donde juegan fuerte. Sabes que te puede pasar lo peor, te pueden tirotear por la calle o tirarte por una ventana, y lo asumes, entra en el esquema. Pero piensas que haces algo para que el mundo sea mejor, por lo que ni te lo planteas. Esa era la fuerza que teníamos».

Su profunda herida «no se cura nunca, convives con ella», y no volvió a plantearse planes a largo plazo, excepto el de tener a su hija, Llibertat. «Nació para curarme la herida, porque intenté morirme dos veces y no me tocaba». Aún le quedaban y le quedan muchas cosas por hacer, ya que Margalida Bover es una persona muy activa, vinculada al asociacionismo y al movimiento feminista, porque le llena sentir que puede «ayudar para mejorar la vida o el estado de la gente de forma libre».