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Con ciencia | Encuentros

Trabajos en la cueva de Oase.

Tomada en términos paleontológicos, la edad de nuestra especie equivale a la de un niño de pañales. Se considera que una especie está asentada cuando alcanza medio millón de años y la nuestra cuenta apenas con la cuarta parte de esa edad. A mayor abundamiento, Homo sapiens apareció en el continente africano y allí permaneció durante todo el tiempo en que se formó la mente simbólica —la «nueva mente» en palabras del antropólogo Ian Tatersall— de la que tan orgullosos nos sentimos y cuyos primeros indicios nos fueron legados en forma de conchas y huesos perforados o piedras de color; adornos, en suma.

Aquellos humanos ancestrales no entraron en nuestro continente hasta hace cerca de 50.000 años, una cifra sobre la que algunos especialistas mantenían dudas por considerar que los cromañones debían haber tardado más tiempo en pasar desde el Próximo Oriente a Europa. Pero un trabajo publicado en Nature por el equipo de Svante Pääbo, el padre de las técnicas de recuperación de material genético antiguo, ha hecho público el genoma completo de tres individuos de nuestra especie que vivieron en la cueva de Bacho Kiro (Bulgaria) hace entre 42.580 y 45.930 años —una cifra obtenida de manera directa sobre los restos humanos mediante datación por radiocarbono, eficaz para ese rango de fechas.

El trabajo, cuya primera firmante es Mateja Hajdinjak, investigadora postdoctoral en el Departamento de Evolutionary Genetics del Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology (Lepzig, Alemania), no sólo confirma la presencia en Europa de los cromañones en fechas tan antiguas sino que, mediante el análisis comparado de los genomas obtenidos, ha permitido comprobar su parentesco estrecho con neandertales que se cruzaron con esos grupos de humanos modernos recién llegados al continente. Puede que el «abuelo» neandertal de los ejemplares de Bacho Kiro se remontase sólo a entre cinco y siete generaciones atrás. Por poner en contexto ese dato, si en mi propia familia buscamos siete generaciones atrás nos situamos en los Cela que nacieron hacia 1728, siendo Carlos III el rey de España.

Por añadidura, el artículo de Hajdinjak y colaboradores indica que en los cuatro casos de cromañones muy antiguos cuyo genoma ha sido secuenciado (añadiendo el ejemplar de Oase, Rumanía, secuenciado en 2015) aparecen parientes neandertales pocas generaciones atrás. Ese hecho pone de manifiesto que las hibridaciones entre humanos modernos y neandertales pueden haber sido mucho más frecuentes de lo que se creía. Algo que sorprende si tenemos en cuenta lo muy escasas y dispersas que eran las poblaciones de Homo neanderthalensis y la diversidad de los flujos migratorios de humanos modernos que se produjeron desde su primera llegada a Europa. De la forma que fuese, sabían encontrarse. Y se mezclaron.

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