Realizar una serie de acciones en torno a las casas que construyó Wittgenstein, y con ello tratar de acceder a esas arquitecturas y por extensión a las ruinas del cerebro del gran filósofo del lenguaje, es lo que se ha documentado en el volumen Wittgenstein, arquitecto, una publicación que acaba de ver la luz en Galaxia Gutenberg y que parte de un proyecto que se presentó a principios de año en la galería Kewenig de Palma.

Los rastreadores de la huella arquitectónica del filósofo son el artista mallorquín Bernardí Roig, el escritor afincado en Palma Agustín Fernández Mallo y el filósofo y crítico de arte Fernando Castro Flórez.

En el prólogo del volumen que se presentará el día 9, a las 19 horas, en Es Baluard, Roig sintetiza el meollo de la cuestión: «Necesitaba abordar la tensión que hay entre el pensamiento de Wittgenstein y la arquitectura (se hizo dos casas); esto es, entre la cabeza y los lugares que necesita esa cabeza para edificar su pensamiento».

Siguiendo este punto de partida, Roig realizó junto a Castro Flórez una acción en la casa vienesa del pensador, una construcción que iba a ser la residencia de su hermana Margarethe. Fernando Castro se enfundó una fantasmal túnica blanca y deambuló durante dos noches por las dependencias vacías de la casa, «sin poder salir de ella. Era como si Fernando no pudiera hallar salida a la cárcel de las palabras», explica Agustín Fernández Mallo. «Precisamente, ésta era una de las ideas de Wittgenstein: el lenguaje como cárcel. Los límites de mi mundo son los límites del lenguaje».

La otra acción inédita recogida en el tomo es la del escritor. «Recurrí a mi pasado como escalador para ejecutarla», comenta. Hacía algunos años que Fernández Mallo deseaba escalar la pared que une el fiordo de Skjolden con la cabaña que el pensador construyó en 1914 y donde idearía lo que luego fue su Tractatus. «Me decidí a escalar esa zona valiéndome de una directísima, es decir, trazando una línea recta sin desviarme», relata. «Una línea recta para llegar a lo que fueron los rescoldos de su cerebro, es decir, aquella cabaña donde escribió aquel tratado».

Para Mallo, «escalar es como dibujar con el cuerpo sobre una pared. Necesitaba realizar algo artístico sobre la filosofía de Wittgenstein, pero era preciso vivirlo a través de algo físico, hacerlo de verdad», confiesa.

El autor escaló en Noruega junto a Rafa Roca y Javier Suárez. Este último, arquitecto también, elaboró un proyecto de reconstrucción de la cabaña que también se plasma en el libro. «Allí nos encontramos con clavos originales de la cabaña», uno de ellos se reproduce en la portada del volumen.

Este proyecto, que trata de acercarse por diversas vías (acciones, textos y vídeos) a la obsesión de Wittgenstein por llevar su sistema de pensamiento a la arquitectura, se completa con una banda sonora, la tercera acción artística. «Se nos ocurrió recurrir a su hermano Paul Wittgenstein, concertista de piano, que se quedó manco: perdió un brazo en la guerra», cuenta Mallo. Para intentar reengancharse a la música, invitó a los mejores compositores de su época a escribir obras para ser interpretadas sólo con la mano izquierda. Ravel fue uno de los que produjo una partitura. Es en este punto que el proyecto wittgensteiniano del siglo XXI incorpora al músico mallorquín Juan Feliu (Vacabou). «Se le ocurrió tocar con la mano izquierda esa obra de Ravel con guitarra eléctrica, distorsión y pedales. Es una adaptación de esa partitura a una pieza ruidista contemporánea», comenta Mallo. El concierto se grabó con la asistencia de Palma Pictures. En el canal YouTube de Galaxia Gutenberg están disponibles todos los vídeos del proyecto.