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PENSAMIENTO

Corrientes filosóficas

Rüdiger Safranski diserta en Ser único, un desafío existencial sobre la preservación a contracorriente de la individualidad

Rüdiger Safranski. WIKIPEDIA

Rüdiger Safranski es un estupendo divulgador del pensamiento filosófico alemán (así, por ejemplo, en sus biografías de Nietzsche y de Heidegger, esta segunda verdaderamente soberbia) y de la obra de los grandes genios de la literatura de su país durante los años finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX (en las ya canónicas biografías de Goethe, Schiller y Hölderlin, y en su maravilloso estudio del romanticismo germano…). También son interesantes, aunque no de tanta enjundia, sus ensayos El Mal o el drama de la libertad y ¿Cuánta verdad necesita el hombre?. Todo se encuentra publicado en español por Tusquets Editores, que hace pocos meses alumbró un nuevo libro de Safranski: Ser único. Un desafío existencial, obra magnífica y conmovedora sobre la preservación a contracorriente de la individualidad.

Corrientes filosóficas

En su breve nota preliminar, escribe Safranski que ser «un individuo único» significa que, aun perteneciendo a una configuración social concreta, no buscamos exclusivamente en ella la propia identidad, sino que incluso somos capaces de mantener la distancia al respecto y hasta de renunciar al asentimiento de los demás. Advierte también que su obra no narra una historia continua, aunque existe un nexo histórico entre el renovado despertar del sentimiento individual en el Renacimiento y los intentos existencialistas de ser un «individuo singular» como respuesta a las grandes catástrofes colectivas del siglo XX. Por supuesto, la individualización misma es un proceso social y, por lo tanto, no exento de tensiones entre el nosotros y el yo.

Esas tensiones las sufrieron hombres tan singulares como Lutero y Kierkegaard en el ámbito religioso. Destaca Safranski la aportación de la Antigüedad griega y, sobre todo, del cristianismo en la formación del conjunto de ideas del individualismo europeo. El cristianismo, en particular, constituye una superación de la religión tribal, puesto que cada creyente puede sentir que el mensaje de Jesús («El reino de los cielos está en ti») se dirige a él como individuo. Sin embargo, puesto que el cristianismo ha caído una y otra vez en las formas de la religión tribal, se produjeron repetidamente movimientos de renovación «desde el espíritu del individuo creador». Lutero era una persona de esa clase. Resulta fascinante contemplar el espectáculo de cómo un hombre, intentando encontrar una vía personal a la religión, cae en una resaca que le permite descubrirse a sí mismo en su singularidad. Estamos, en efecto, ante alguien que se esfuerza por realizar el acto de fe en forma realmente individual, sin reducirse a compartirlo con los otros de acuerdo con la costumbre, y experimenta algo que más tarde se llamará «existencia». Por su parte, Kierkegaard piensa que ser cristiano significa estar puesto ante Dios «en solitario», como único. A diferencia de las religiones tribales, que aspiran a la conformación espiritual y moral de un colectivo, garantizando así su conexión, originariamente la religión cristiana reivindica la singularidad del individuo, lo despierta y le exige. Desde luego, también el cristianismo se ha convertido hace tiempo en una religión tribal y estatal, en una forma de socialización mental. Kierkegaard ve, pues, su tarea en interiorizar de nuevo el cristianismo, es decir, en singularizar la relación con Dios.

A Jean-Jacques Rousseau, en cambio, que se tiene por un individuo especial y ejemplar, le basta el diálogo consigo mismo. Al explorarse cree llegar al fondo de la humanidad. No es extraño, pues, que su famosa «voluntad general » sea una forma del sí mismo ampliado. Por miedo a la libertad de los muchos, Rousseau postula la libertad ominosa del todo. Si en un individualista como Montaigne la relación consigo es todavía defensiva, ya que se trata de no dejarse infectar por la sinrazón pública de las guerras de religión, en Rousseau el individuo pasa al ataque. Su problema, observa Safranski, era que se sentía perseguido por las libertades de los otros, y buscaba refugio frente a ellos en la soledad del sí mismo (el «paseante solitario ») o en la comunión social, que en definitiva es una fantasía totalitaria.

Uno de los capítulos del libro de Safranski se titula A la sombra de la época de las masas y viene precedido por una cita del exquisito poeta Stefan George: «Ya vuestro número es una profanación». Pues bien, la experiencia de la sociedad de masas despertó como reacción contraria la rebelde autoafirmación del individuo. Los autores clásicos de la psicología de las masas (Le Bon, Tarde, Freud, Broch y Canetti) habían descrito cómo el individuo es aprehendido por la masa, que le desinhibe pero no le hace libre, pues en ella «cada uno es como el otro y nadie es él mismo » (Heidegger). Partiendo de este malestar, el existencialismo en sus diversas variantes explora qué sucede ahí y a dónde se llega verdaderamente cuando, ante el sentimiento de que nos viven, en lugar de vivir nosotros, buscamos la propia existencia e intentamos vivir a partir de ella. La «existencia», entendida, escribe Safranski, como intensidad incrementada en el existencialismo, puede contener una promesa de «trascendencia» (Jaspers), de «propiedad» o autenticidad (Heidegger), de «poder comenzar» (Arendt), de «libertad» (Sartre) o de «condensación del ser» (Junger). En suma, el existencialismo era el intento de estimular al individuo a que él hiciera de sí mismo su propio destino.

Tres destellos finales. Primero, en los nuevos medios de comunicación surgen incontables plataformas para hacer una presentación individual de sí mismo, con afán de encontrar aplauso en las redes. Se da entonces una unión paradójica de singularización y conducta de enjambre. Segundo, ante la multitud de posibilidades y ofertas, lo propio se halla en peligro de quedar desvirtuado. Y tercero, el «desalejamiento» de la lejanía a través de las técnicas de la comunicación hace que el mundo se convierta en un todo simultáneo. A pesar de todo ello cree Safranski que nunca es demasiado tarde para entrar por la puerta que da acceso a la individualidad singular de cada uno. Como si, parafraseando a Hermann Broch en La muerte de Virgilio, para nosotros no bostezara el abismo.

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