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Relectures

McGahern, un autor esencial

John Banville suele citar un pensamiento de su amigo John McGahern: existe la prosa, existe el verso y después existe la poesía, que puede encontrarse en cualquiera de los dos. Pensamiento que luego llevaba a la práctica con su obra. Otro autor irlandés, John Connolly, es un rendido admirador de su compatriota: “Un escritor extraordinario”. Con semejantes defensores, a los que habría que sumar a John Updike o Colm Tóibín, resulta sorprendente que el lector español no haya podido acceder antes a semejante titán de las letras, nacido en 1934 y fallecido en 2006. Lo remedió hace cinco años la admirable editorial Meettok con la publicación de su indiscutible obra maestra, Entre todas las mujeres, magníficamente traducida por Ángel Erro y que dibuja un poderoso retrato de la cerrada y encorsetada sociedad rural irlandesa de la segunda mitad del siglo XX, cuando la amenaza de desaparición se cierne en el horizonte y el tradicional patriarcado tiene los años contados. Con un título de elocuentes reminiscencias bíblicas –una expresión extraída del rosario– McGahern narra la historia de Moran, un veterano combatiente de la guerra de independencia de los años 20 que se aproxima al crepúsculo ante la mirada de su segunda esposa y tres de sus hijas (las únicas que le profesan lealtad aunque no la merezca), mujeres que sienten por él una mezcla de devoción y temor por su carácter furibundo y poco comunicativo, un tirano doméstico del que huyó un hijo cuya ausencia está siempre presente. Moran es un hombre lleno de aristas que vive con los ecos del pasado martilleando sus días implacablemente, entre las sombras de un mundo que agoniza y en el que se siente extraño, un hombre que dominaba la acción pero que fue incapaz de encontrar su sitio en el hogar.

Siendo una propuesta extremadamente ambiciosa, Entre todas las mujeres, demuestra por qué su autor –experto granjero, por cierto– es uno de los cuentistas más reputados de su país: su novela es un ejemplo admirable de concisión, poéticamente austera y sabiamente evocadora que se nutre de pequeñas pero intensas pinceladas. Estamos ante un escritor que cincela su prosa al máximo, puliendo y puliendo cada línea hasta alcanzar la esencia de su prosa. No hay diálogos de relleno, las descripciones de los escenarios son escuetas y precisas, y poco a poco las páginas se van empapando de una melancolía a veces adusta, a veces conmovedora.

Dijo el autor sobre su novela que en ella “la familia representa algo así como un estadio intermedio entre el individuo y la sociedad”. Su texto es, como bien recuerda su traductor, “un estudio del alma humana” y “una alegoría de la Irlanda independiente, todavía tan sometida a las fuerzas que propiciaron su nacimiento como país. Pero todos estos temas no están sino sugeridos en la trama, sencilla y emocionante, de este drama familiar, en cierta medida atemporal, donde el transcurso del tiempo está marcado, cíclicamente, por el rezo diario del rosario y por la recogida anual del heno en verano”. Empiecen a leer: “A medida que se iba apagando, Moran empezó a sentir miedo de sus hijas”. Y cuando terminen sabrán por qué un crítico inglés sentenció que Entre todas las mujeres se puede leer en un par de horas (bueno, alguna más, para ser exactos) pero acompaña en la memoria durante décadas, como sucede con las obras maestras.

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