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Novela

Una vuelta de espiral

Esta lectura resulta un placer más que aconsejable

Antonio Tocornal. TWITTER

Editada por el grupo Planeta podemos leer la última novela del mallorquín de adopción Antonio Tocornal, galardonada con el XLI Premio de Novela Felipe Trigo, uno de esos pocos laureles que pueden considerarse honorables en la honestidad con que se otorga y se entrega; claro estímulo a su lectura.

He pospuesto su lectura, aunque sé que mantiene su vigencia; publicada en el pasado mes de abril, está teniendo un inusual recorrido: aparte del espectáculo de los bestseller, son pocas las novelas que resisten en listados de venta editoriales a lo largo de los meses; todavía más difícil, son pocas las que acumulan un número singular de reseñas en medios digitales y escritos amén de gran presencia en clubes de lectura. Reconozco que no me ha sido fácil llegar hasta aquí sin abrir ni una sola de esas menciones; lo haré una vez concluya estas letras, ya que mi acceso al libro se ha demorado, y tengo por costumbre no trastocar los procesos de lectura: primero el original, luego mi reflexión, después el contraste con otras opiniones. Me alegro, sin embargo, de la trayectoria larga y dilatada de la obra.

Porque, a priori, me enfrento al libro con cierto resquemor: la contraportada pone sobre aviso de temática poco apetecible: «Malasanta nace y crece en el prostíbulo de doña Expiración, en el municipio rural de La Ciénaga, donde ejerce su madre, Dámasa la Tuerta, y donde aguarda hasta tener la edad suficiente para seguir sus pasos». De antemano, no me atraen el tema, la prostitución, ni todo lo que supongo conlleva de sexualidad y morbo, ni ese realismo mágico que anticipa el uso de nombres y lugares; reconozco cierto rechazo al uso del recurso, eficiente pero anacrónico.

De todo eso que me contraría está plagada esta novela, y sin embargo, en su factura, en su estructura, en el uso sabio de metáforas, incluso en el devenir impecable de la historia, su lectura resulta un placer más que aconsejable. El ciclo de la vida encerrado en ese pececillo rojo que «desaparecía dando vueltas en un remolino oscuro». Antonio Tocornal nos enfrenta, en esta novela cruda, de propuesta algo gore, a la existencia que vivimos todos, «circular y simple». El círculo, o quizás la espiral no conclusiva es la metáfora de la novela; si yo hubiera tenido que escoger el texto de contraportada, hubiera incluido estas palabras del narrador que resumen la trayectoria de la protagonista: «la observaba nadar en círculos mientras pensaba en los círculos que había trazado su propia vida, como si desde el principio hubiese estado girando en el vórtice de un sumidero que nunca se decidía a tragársela», porque precisamente la vida, como la novela de Tocornal, no es sino «una vuelta más en una espiral de cuyo arrastre fuese imposible salir».

La mejor literatura nos para frente a nosotros mismos, ante aquel pelotón de fusilamiento que siempre imaginamos que no va con nosotros, y nos permite entender mejor el proceso vital en que sí estamos inmersos. Aunque la muerte sea el final irremediable, una lectura como esta nos deja muy buen sabor de boca.

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