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Viajes

Carta a los ausentes

La aurora cuando surge, quinto título de Manuel Astur, confirma una escritura que cuida la palabra, contagia la emoción y desbroza las lindes de los géneros

Manuel Astur. la nueva españa

Cruzar la frontera en Ventimiglia para adentrarse en Italia debería ser una exigencia para cualquiera que algún día quisiera hacer suya la advertencia de «que la vida iba en serio». No a la manera de los «peregrinos de la belleza» (María Belmonte dixit) y otros devotos de la Europa del sol y de la arqueología en busca de cura para las penas del alma y los bronquios norteños. Manuel Astur (Sama de Grau, 1980) tampoco emprendió su viaje italiano para remedar el Grand Tour de los jóvenes aristócratas británicos o centroeuropeos del ochocientos. Compartía el afán de cicatrizar las heridas personales por tantas desapariciones, pero también quiso dejar constancia de cómo la belleza de un país resiste, aunque sea a duras penas, a la piqueta del capitalismo y su brazo armado mafioso.

De ello da cuenta en La aurora cuando surge (Acantilado, 2022), quinto título de un autor que certifica su afecto por la palabra y su capacidad para sortear los muros taxonómicos de la creación literaria. Astur ha armonizado la poesía (Y encima es mi cumpleaños), el ensayo (Seré un anciano hermoso en un gran país) y la narración (Quince días para acabar con el mundo y San, el libro de los milagros). Es en este nuevo libro donde confirma una escritura singular, ajena al rigorismo de los géneros y con un decir que incita a la emoción y a la reflexión. Si la narrativa se ha convertido en un producto más del consumismo adictivo, ajena a la fortaleza de la gran novela que aún pervivió hasta los años setenta del siglo pasado, su salvación pasa por reconocerse bastarda. En ese empeño está Manuel Astur.

La muerte del padre y otras pérdidas más incomprensibles se las llevó Astur a Italia, incapaz hasta entonces de dar cuenta del duelo y sus laceraciones. En la primera línea hay una advertencia: «Este no será un libro de viajes». Rebato al autor. La aurora cuando surge sí da cuenta de tres travesías: la geográfica por carreteras secundarias y campamentos, donde aparece il paese di brava gente, pero también el hortera y feísta, que con acierto hiperrealista retrata Paolo Sorrentino; la literaria, con un puñado de títulos, algunos con ecos italianos (Goethe, Dickens, Ezra Pound, Josep Pla, Lawrence Durrell, Lampedusa, Carlo Levi, Curzio Malaparte, Brodsky, Rigoni Stern…), y la interior, con la que certifica cómo se digieren las ausencias.

La aurora cuando surge Manuel Astur

Es este el viaje central del libro. Un itinerario de la emoción que va y viene entre el cementerio de la aldea asturiana familiar, donde yace su padre, y cualquier paraje italiano, desde la localidad ligur de Varazze a la siciliana de Purgatorio. Durante todo el relato del recorrido, la figura paterna se convierte en el tercer pasajero de Manuel y su compañera Raquel. No al modo de un alien amenazante, sino con el espíritu del gran tipo que debió ser Ton González Areces, maestro y poeta, como figura en su lápida.

No hay aquí ajuste de cuentas, tan habitual en la literatura filial desde el clásico de Kafka hasta el desgarrador y deslumbrante No entres dócilmente en esa noche quieta (Seix Barral, 2020), del gijonés Ricardo Menéndez Salmón. Comparte aroma afectivo con La isla (Minúscula, 2008), el relato conmovedor del triestino Gianni Stuparich, pero la opción de Manuel Astur tiene identidad propia. Su retrato del padre es indisociable del legado que dejó a los suyos, tanto el humano, como profesor y militante contra la dictadura franquista, como el intelectual: la literatura es el oficio de Estefanía, la primogénita, y de Manuel. Y algo más, un misterio que recorre las páginas por otras pérdidas: la abuela que relata historias junto al llar, el camarada Pedrín de la niñez o ese incógnito Rui, al que está dedicado el libro. También el vínculo con el territorio de los ausentes: en la narración italiana de Astur hay fascinación por el país que recorre en armonía con el latido del lugar natal, más cuando es capaz de trasladar la universalidad del sentimiento de la tierra que cuando se despeña por cierto pintoresquismo de postal añeja. Alinear «La aurora cuando surge» en el ámbito del yoísmo literario sería lo más cómodo, pero radicalmente injusto. Este libro explora sendas literarias que van más allá del egocentrismo testimonial del que tanto abusa cierta narrativa, agotada en caducos empeños. Aquí hay crónica, relato de hechos y desarrollo de ideas y mucha poesía (propia o de otros, como la acertada traducción del Infinito de Leopardi)... todo ello ejecutado con la escritura de una solvencia verbal y una capacidad de contagiar la emoción que sólo tienen quienes han sabido aprovechar las lecciones de nuestros mayores y pisar las huellas

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