Voraz y veraz, la novela Animales hambrientos de Aida Sandoval hurga en las heridas cotidianas con humor en estado duro circulando por angostas vías de escape entre los zarandeos del destino. La autora es observadora sagaz -y una estupenda dialoguista- y utiliza como calmante una poesía cruda y dura, madriguera de palabras dolientes que acoge los horrores de la demolición humana.

La inspiración llegó con los mordiscos de la realidad: «Una va llegando a una edad en la que ves a las personas que quieres envejecer o sufrir enfermedades sobrevenidas y, golpe tras golpe, vas tomando conciencia de lo implacable que es la vida. Quería contar una historia tan real que pudiera sucedernos a cualquiera si el destino decide zarandearnos fuerte, y me apetecía hacerlo de un modo distinto a lo habitual; es decir, tenía que ser una historia en primera persona que te revolviera por dentro como si conocieses personalmente a los personajes y tan rápida que cada capítulo te dejara con hambre de más».

Sandoval se siente orgullosa de «haber tratado temas tabúes como por ejemplo la relación de una mujer con un joven quince años menor, pero desde el punto de vista de ella, de alguien que ha crecido con la idea de que eso está mal. También de las cargas familiares, que se llaman cargas por algo, aunque sea ‘cuidar de los tuyos’ y de lo desconfiados que somos, poniéndonos siempre en lo peor, prejuzgando antes de conocer la verdad».

Los mayores obstáculos han sido «el tiempo, el escaso tiempo que tengo para escribir, ya que el ritmo diario no se detiene porque yo tenga una idea ‘brillante’ que plasmar en papel. Cuando escribo, me involucro tanto en la historia que tener que cerrar el ordenador porque debo ir a trabajar, a pasear con el perro, o a tomar unos vinos (que también es importante), me produce pereza. Escribir es una relación muy absorbente».

A partir de quince años, Animales hambrientas puede encajar «con cualquier tipo de lector, ya que el tema no se encuadra en algo cerrado como puede ser novela policiaca, histórica, novela negra, ni mucho menos erótica. Es una historia de nuestros días, con los problemas actuales que acarrea nuestra sociedad».

El sexo y la escritura tienen «todo en común, el sexo es el hilo que hilvana toda la historia en la novela, lo prepara para luego ser cosido con otros más dolorosos como la enfermedad, la dificultad en las relaciones, el trato con la familia… Es el antídoto momentáneo de la tristeza, la salida para evadirse de la realidad y, por supuesto, ha de ser contado como lo que es, sin disfrazarlo de amor romántico ni evitándolo por miedo a la posible censura de algún lector». Escribir libera demonios: «Los llevo dentro, y aunque con el tiempo hemos aprendido a llevarnos bien, de vez en cuando es bueno dejarlos salir a pasear en forma de palabras». Palabras que muerden.