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POESÍA

El desamparo de la tierra

La extinción del mundo rural en Parte de ausencias, de Alejandro López Andrada

Alejandro López Andrada. Diario de córdoba

Alejandro López Andrada es un poeta hermanado con la naturaleza en una relación sincera y torrencial de la que ha salido buena parte de sus poemarios y novelas. De esta simbiosis brota también Parte de ausencias, que ejemplifica el dolor por el éxodo rural y el desvanecimiento de una forma de vida, el lacerante sentimiento de pérdida de la tierra. Apunta con clarividencia Julio Llamazares en el epílogo: «La lectura de este libro es un ejemplo de cómo la naturaleza guía un lenguaje poético que se entrelaza con ella hasta darle una vida extrasensorial, un hálito intelectual que trasciende a su representación para convertirla en espejo de los sentimientos».

Parte de ausencias está impregnado de olor a campo, de la pérdida de un horizonte y un panorama que fueron regados por el sudor humano. Un retrato desfondado que incide en el extravío, en este caso de la Andalucía rural, en la que el escritor creció y vivió. Los elementos naturales son entes propios que sirven para plasmar el desarraigo y parecen estar en movimiento en el poema: «Ya no habrá palabras para derrotar al frío / que hollaba el resplandor de la cebada». Un retrato de la soledad del agricultor que se vale de muchos términos rurales ya en desuso, y que constituye, por lo tanto, un elogio de la gente que habitaba los pueblos, entre metáforas sobrias y brillantes que ahondan en la añoranza.

López Andrada recalca lo cruento de la pobreza, los años de escasez en una historia cíclica y harapienta: «Me reciben los zorzales, cerca del pueblo, / y la pobreza silba como un venablo dulce entre sus alas». Los desapacibles fantasmas de la niñez revividos en tiempo presente. Un simple canto de ave adquiere rango de alegoría en la poesía del autor, nostalgia pura extendida en un mantel de hule: «La vida es la distancia que separa la muerte de un erizo / en el asfalto del vuelo de la brisa / que hace bucles sobre un campo de espigas entre zarzales».

La plenitud evocada se da de bruces con el vacío, en el instante en que el desarraigo intenta recomponer el paisaje: «Los días que habité cerca de ti / ahora son nubes, nieve derretida, ceniza deshaciéndose en mis labios». El poeta se queda solo, varado en sí mismo, tras la huida de las torcaces, para homenajear a quienes habitaron un territorio sembrado de vida, que se fue tornando árido, enjuto y reseco; como en el poema que habla de su padre minero.

López Andrada se recuesta en una inocencia poética razonable para asestar un golpe a esa sinrazón que nos ha privado de un conmovedor pedazo de mundo.

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