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POESÍA

El poeta vagabundo

Gabriel Insausti antologa la obra del galés William Henry Davies

William Henry Davies. WIKIPEDIA

La poesía del galés William Henry Davies (1871-1940) es hoy menos valorada que su prosa autobiográfica, a la que debe la muesca de fama (no confundir con valía) que le corresponde en la historia de la literatura inglesa. The Autobiography of a Super-Tramp (1908), en la que narra su vida de vagabundo, ayudó a instaurar su leyenda aventurera y le permitió hacerse un hueco en la sociedad literaria londinense previa al estallido de la I Guerra Mundial (previa, también, a la revolución modernista de Pound y Eliot). El exitoso grupo de rock Supertramp tomó su nombre del título de ese libro, aunque, para entonces, los años setenta del pasado siglo, el crédito de Davies como escritor ya se había diluido prácticamente en el olvido. Esta antología, preparada y traducida con gran pericia técnica por Gabriel Insausti, se propone devolver al presente una obra que, no siendo excepcional, tampoco es desdeñable. No en vano Davies contó entre sus primeros valedores al poeta y crítico Edward Thomas, quien, generoso y entusiasta como era, reseñó elogiosamente sus primeros libros y hasta le consiguió, mediante recogida de firmas, una pensión vitalicia. (En 1899, en Ontario, el poeta que aún no lo era había perdido una pierna intentando saltar a un tren con destino al Klondyke.)

Thomas fue el primero en señalar el linaje isabelino y jacobeo de la poesía de Davies, siempre más diestro en las piezas de arte menor con aire de canción, balada o broma ingeniosa que en el uso del pentámetro, blanco o rimado, que reserva para sus poemas más ambiciosos, cuyos cierres algo simplones terminan delatando que su mente no era apropiada para las metafísicas. Sí lo era, en cambio, para la sociología (al menos, la del sector de población que mejor conocía, el de los mendigos y los buscavidas) y para retratar la ciudad moderna como un lugar de castigo, no de recreo.

Hay sobrados y logrados ejemplos en el libro de uno y otro tipo de composición, pero son las escritas en tetrámetros y con rima solo en los versos pares (como Scotty Bill, El perplejo Brown o Amigos), de trazo rápido y registro oral, las que se llevan la palma; aunque en Mi vieja conocida, valiéndose del blank verse, Davies consigue un retrato de anciana consumida por los años y las penas que no hubiera desagradado al Baudelaire de “Las viejecitas”.

La antología incluye dos de los poemas más conocidos del autor: Caído en combate, dedicado a Thomas, que murió en la batalla de Arrás en 1917, y el hermoso Ocio, en tetrámetros pareados que Insausti traduce en perfectos endecasílabos asonantes, y transido de un didactismo que no funciona igual de bien en otros puntos de la selección (Aquella edad de oro). Y también abundantes juegos de ingenio (“wit”) que remiten al “siglo de oro” inglés; así, pongo por caso, en Belleza y cerebro, No me ames más y el maravilloso Picoteando, detrás del cual asoma la sombra oblicua de John Donne: “Siempre un beso para empezar el día / y otro, para cerrarlo, por la tarde. / A veces, entretanto, uno o dos / que a los indispensables acompañen. / Pero hoy, al despertarme, muy temprano, / picoteando la sentí en mi rostro. / Picoteaba, ávida de grano, / por todas partes, en mi piel de oro. / Y yo, fingiéndome aún dormido, / guardé silencio mientras el polluelo / devoraba ese grano que el amor / había echado, y seguía corriendo”.

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