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Novela

Viaje al cosmos interior

‘Desconcierto’, de Richard Powers, es una novela de una intimidad hiriente en su pequeña desmesura

Richard Powers. EL PERIÓDICO Sergi Sánchez

«¿Qué crees que es más grande? ¿El espacio exterior…? ¿O el interior?”.

Es una de las preguntas que Robin formula a su padre Theo, evocando a su vez la gran obsesión de la ciencia ficción de pensamiento, que, desde clásicos como Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon, hasta Flores para Algernon, de Daniel Keyes, atraviesa como una corriente de protones milenarios las páginas de la última y preciosa novela de Richard Powers (Evanston, Illinois, 1957).

Ese cosmos plagado de planetas que son potencia de vida, y al que en el texto se puede viajar con simuladores astrofísicos, es el cosmos de nuestra conciencia, que, curioso e indignado, no para de deshacerse en sus propias emociones interrogándose por el fin del mundo y la belleza de la experiencia. Menos botánica y rizomática, más accesible en su práctica ecoliteraria que El clamor de los árboles, Desconcierto retrata un mundo que conocemos demasiado bien –azotado por el cambio climático y las pandemias, por el castigo a la inmigración ilegal y la calamidad de la salud mental–, enmarcado en la relación entre un padre y un hijo, hechizados por el recuerdo de la que fue esposa y madre y murió en un accidente, que irradia una ternura infinita.

La columna vertebral de la novela es el diálogo entre Theo y su hijo, que padece un trastorno psicológico diagnosticado que puede nombrarse a gusto de consumidor (TDAH, bipolaridad, autismo) y que su padre no quiere medicar. Un tratamiento experimental llamado “neurofeedback” le permite fusionarse con la conciencia de su madre muerta, y entonces se convierte en un ser iluminado por la calma y la sabiduría, capaz de controlar su ira.

La novela está narrada desde el punto de vista de Theo, un astrobiólogo cuya voz Richard Powers construye alternativamente desde el duelo, la incertidumbre, la fascinación y la angustia, siempre con una prosa transparente y poética. Es una feliz idea que las réplicas de su hijo estén escritas en cursiva, como si respondiera desde otra galaxia de las tipografías, como si cada palabra que sale de sus labios –y de su atribulada cabeza– fuera significativa para entender un mundo que camina decidido hacia su autodestrucción.

Estructurada en capítulos de diáfana concisión, alternando viajes astrales, el recuerdo de un pasado rebosante de amor y el relato de una paternidad herida, esta es una novela distópica que parece estar ocurriendo ahora. Tal vez por ello, Powers decide empezarla y acabarla en un mismo viaje al corazón oscuro de la naturaleza, lugar donde las estrellas brillan alérgicas a la contaminación lumínica y cada pájaro canta en su propio idioma; donde la vida y la muerte conversan mirándose a los ojos.

La sombra de un icono ecológico como es Greta Thunberg está presente, aunque a Powers le interesa mucho más empatizar con la burbuja de la conciencia interior de su hermosa relación paternofilial que sucumbir a los paralelismos con la realidad que ya conocemos. En definitiva, una novela de una intimidad hiriente en su pequeña desmesura.

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