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RECUERDOS

Las elegías

El polaco Andrzej Stasiuk se afana por mantener viva la antorcha que cada creador transporta como un privilegio

Andrzei Stasiuk. WIKIMEDIA COMMONS

No parece exagerado afirmar que Andrzej Stasiuk es uno de los grandes escritores europeos en activo. El talento que el maestro polaco ha manifestado en libros como Taksim y El mundo detrás de Dukla decanta un universo de singularidad bien definida, esa emotiva y al tiempo forense mezcla de poesía del territorio y epopeya proletaria y campesina que cristaliza en personajes que a menudo habitan en los márgenes de la sociedad, dotados sin embargo no sólo de una elaborada filosofía de vida, sino de una suerte de robusto sentido ético, capaz de configurar tanto un modo de estar en la realidad como una delicada, fecunda afirmación de irredentismo. En manos de Stasiuk, el tractor poscomunista, el gitano que fatiga los mercados de pulgas de la frontera oriental del continente y el viajero emboscado en la decadente belleza de las viejas capitales del Este conforman una magnífica trama de la memoria como redención de la biografía, tanto individual como colectiva.

La dignidad es una de las preocupaciones capitales de esa narrativa de la memoria, en especial al abordar la realidad de un país que opera como gozne físico, aunque también ideológico y sentimental, entre las dos almas de Europa. Esa Polonia históricamente sometida al gigante ruso y al gigante alemán, zaherida tras la caída del Muro por los vientos de un mercado de consumo que no hizo otra cosa que acentuar la fragilidad de una sociedad en el alambre. Las elegías que componen Una vaga sensación de pérdida indagan, cada una a su modo, en esa dignidad que opera como fulcro a la hora de fijar un centro moral. Por ellas transitan la abuela del narrador, un vecino escritor, una perra mestiza y un amigo de juventud, cuatro seres cuya desaparición sirve para construir cuatro bellísimos textos acerca de la fugacidad de la vida y la confianza en la literatura como archivo.

ANDRZEJ STASIUK. Una vaga sensación de pérdida. Traducción de A. Cazenave. Acantilado, 128 páginas, 14 €.

ANDRZEJ STASIUK. Una vaga sensación de pérdida. Traducción de A. Cazenave. Acantilado, 128 páginas, 14 €.

Desde esta lógica del cómputo, la última de las elegías, Grochów, la dedicada al amigo muerto, es uno de los textos más conmovedores que Stasiuk ha concebido. En apenas cuarenta páginas de esforzada, maravillosa síntesis, caben no sólo la juventud y la madurez de sus protagonistas, sino las derrotas ideológicas de sus mayores, las traiciones que cada generación comete en nombre de la anterior y las no menos sangrantes mentiras que cada hombre se cuenta a sí mismo para arrastrarse hasta el día siguiente. Un viaje a Eslovenia es la ocasión de la que Stasiuk se vale para despedirse del amigo moribundo y entonar un réquiem por la memoria compartida. En ese réquiem, que es también un canto por la propia e insoslayable mortalidad del escritor, Stasiuk se afana por mantener viva la antorcha que cada creador transporta como un privilegio, aunque también como una condena. Porque mientras alumbre, todo parecerá aún posible. Que nuestra juventud no haya sido en vano. Que las cosas que vivimos, pobres pero salvaje e indisciplinadamente felices, sobrevivan a nuestra muerte. Y que la belleza, tan efímera, coincida con la verdad del mundo.

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