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Semblanza

El ejemplo de la mujer en las artes escénicas

La actriz de la renovación teatral elegía sus obras con criterio feminista

Margarita Xirgu. EL PERIÓDICO

Es un mérito que a Margarita Xirgu Subirá (Molins de Rey, 1888 - Montevideo, 1969) se la conociese en la Cataluña de su tiempo simplemente como «l’actriu», pues es hoy, pero no entonces, cuando damos por sentada esta ocupación.

Ya desde niña, la catalana ansiaba dedicarse a la profesión artística: «Cuando pequeña, todos los juegos eran representar comedias, que yo misma inventaba […]. Andaba siempre representando encima de la mesa y sillas recitando versos…». En este tiempo, las mujeres escaseaban en los escenarios y solo contábamos con unas pocas actrices profesionales, a las que generalmente se las etiquetaba de «marginales». Así, el padre de Xirgu, gran aficionado al teatro, la prevenía de perseguir su vocación y tuvieron que rogarle desde su círculo «deja que venga la nena, deja que trabaje» para representar la obra La muerte civil, de Giacometti. Después vendrían Mar y cielo, de Guimerá y Juventud de príncipe, de Föerste. Con estas primeras obras, poco a poco, Margarita Xirgu se fue profesionalizando hasta llegar a ser, simplemente, «La Xirgu».

Consagrada como estaba, especialmente tras la vuelta de su primera gira por Sudamérica en 1913, Xirgu pasó a ser la actriz predilecta de algunos autores, entre los que se incluían Galdós y los hermanos Quintero, quienes escribieron obras específicamente para que ella las interpretase. Por aquel entonces, Barcelona, su región natal, se dibujaba propicia para seguir cosechando mayores triunfos en medio de un clima de auténtica renovación cultural, ya que la ciudad se había convertido en un núcleo industrial y artístico tras acoger la entrada a España del Modernismo. Sin embargo, la llegada de la intelectualidad burguesa europea le puso freno a la revolución que Xirgu y otras personas pretendían, pues sus deseos de renovación del teatro español, todavía imbuido de los valores decimonónicos del género chico, chocaban con los intereses de algunos.

A pesar de circunstancias socioculturales poco favorecedoras, Margarita Xirgu llevó a escena lo que sería la base de la reforma teatral española. Lorca, Alberti o Valle-Inclán, entre los nacionales más conocidos y Shaw, Wilde y Hofmannsthal, entre los extranjeros de renombre, serían solo algunos de los «riesgos» que la actriz asumiría. Valga decir que sus atrevimientos estaban hechos a conciencia, pues la crítica hablaba continuamente de «las elecciones» que Xirgu hacía. Se trataba, justamente, de una selección realizada bajo una filosofía feminista. Así la describió Angie Simonis: «Era, simplemente, una mujer feminista y comprometida, enemiga de la discriminación. Una heterolibre, como a mí me gusta decir...».

Xirgu no demostró su autonomía únicamente como intérprete, sino también como profesional. Fundó su propia compañía de teatro en 1911, lo que llevó a Enrique Díaz Canedo a tildarla de «intelectual del teatro». Este renovado estatus salió aún más reforzado al ser nombrada Directora de la Escuela de Arte Dramático de Santiago de Chile y a partir de 1949, cuando se inauguró la Escuela Municipal de Arte Dramático de Montevideo, de la que Xirgu fue también elegida directora. Por aquella época, la catalana residía ya permanentemente en esas tierras, obligada por la dictadura franquista.

Se quejaba la crítica literaria reciente de que, a pesar de la importancia de Margarita Xirgu en el panorama teatral del pasado siglo, sus inicios no estaban debidamente documentados. Afortunadamente, gracias a los Estudios de las Mujeres, actualmente podemos reivindicar con orgullo su figura, en todo el esplendor que l’actriu sigue desprendiendo hoy para las letras hispanas. Celebremos su vida y, ahora que la pandemia parece que empieza a dar una cierta tregua, celebremos volver a tomar las calles y volver a tomar los escenarios.

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