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ANÁLISIS

Realidad, mito, escritura

Lo importante para los propósitos de Flaubert nunca fue el tema, sino el estilo, llegar a lo más alto para alcanzar el arte

Realidad, mito, escritura

Cuando en 1856 Gustave Flaubert publicó Madame Bovary, ya había escrito –además de otros textos menos relevantes (Noviembre, Diario de un loco...)– una primera versión tanto de La tentación de San Antonio como de La educación sentimental, dos de sus principales obras; sin embargo, el escritor permanecía prácticamente inédito, e incluso dudaba si debía publicar o no aquellas “costumbres provincianas” –así se subtitula la historia de Emma Bovary– que le costaron cinco años de duro trabajo, de correcciones y más correcciones (“¡dos páginas en una semana!”), mientras permanecía recluido en la casa familiar de Croisset con su madre y su sobrina. Y es que el escritor había elegido una vida retirada y solitaria, alejada no solo de los medios literarios (fama, dinero, vanidades parisinas), sino a cierta distancia –podría decirse– de la realidad misma; la distancia que, a sus treinta y seis años, le permitía, por una parte, su posición social (burgués rentista) y a la que le conducía asimismo un sentido profundamente escéptico, casi nihilista, de la existencia (“Desde muy joven, tuve un presentimiento completo de la vida. Era como un olor a comida nauseabunda (...). No necesitamos haberla comido para saber que es vomitiva”).

El mito Flaubert, esto es, los lugares comunes que repetimos sobre vida y obra de este gran escritor, se alimenta ante todo de esta imagen primera: un asceta o cartujo, un oso solitario en su torre de marfil,

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