Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

REEDICIÓN

Regreso a Balzac

El autor de Ilusiones perdidas, que ahora se traduce de nuevo, es un clásico, no una reliquia sagrada que debamos venerar

Regreso a Balzac

Honoré de Balzac (1799-1850) tuvo la genial idea de que los personajes de sus historias pasaran con naturalidad de una obra a otra y escribió así unas noventa novelas, ordenadas luego en varias series, según las distintas especies sociales (escenas de la vida campesina, de la parisiense, de la militar, de la vida de provincias...), que reunió bajo el título general de La comedia humana, donde –con intención realista– se traza un completo retrato de la sociedad francesa en la primera mitad del siglo XIX.

Pero aunque esta enorme empresa lo haya convertido en uno de los grandes novelistas del siglo, no es seguro que fuera del ámbito académico se le tenga muy presente, que su prestigio se mantenga firme, pues la evolución del género narrativo, ya desde la transición al siglo XX, ha abierto vías un tanto alejadas de aquellos presupuestos retóricos, lo que quizá pueda conducir al engaño de considerar ya superado, sin nada que decir, a un autor que, sin embargo, es un clásico; no una reliquia sagrada que debamos venerar, sino el creador de una obra realmente viva, tanto por sus logros estéticos como por el análisis implacable de los mecanismos sociales. El propio Marcel Proust, gran renovador de la novela moderna, encontraba “admirable” “Ilusiones perdidas”, y Pierre Michon, uno de los más grandes escritores franceses de nuestros días, asegura con gracia que cada vez que acude al cajero automático se acuerda de Balzac. Bien es cierto que tampoco faltan autoridades que defiendan opiniones contrarias. En fin, esta nueva traducción de una de sus novelas más significativas nos invita a regresar a Balzac.

Aunque clasificada entre las “escenas de la vida de provincias”, Ilusiones perdidas se mueve entre la provincia y la capital, pues, dividida en tres partes publicadas originalmente (1837-1843) de modo independiente (casi una trilogía), su parte segunda, la más extensa y relevante, transcurre en París. De la provinciana Angulema son, en efecto, los dos personajes centrales de la historia, David Séchard y Lucien Chardon, dos jóvenes de veinte años, amigos desde la escuela, que comienzan a trabajar juntos en una vieja y destartalada imprenta de la que el primero se hace cargo tras la jubilación de su padre, un impresor avaro y necio.

“Los dos poetas”, se titula la primera parte del libro; sin embargo, únicamente Lucien es, en sentido recto, poeta (ha escrito un libro de sonetos, una novela histórica), ya que David solo podría ser considerado como tal en la medida en que sus inquietudes científicas le llevarán a descubrir un nuevo tipo de papel que ha de transformar la industria del periodismo y la edición. En realidad, ambos poetas tienen algo de su creador, quien, además de descomunal novelista, fue también impresor, editor..., y amontonó tantas deudas, enredos legales y reveses financieros como los dos amigos de Angulema.

Mientras los sueños de Lucien le llevan a París tras una mujer casada y de clase noble para triunfar en la vida literaria, David se casa con la hermana de este, Ève, y forman una familia trabajadora y discreta cuya principal preocupación es sacar adelante esa vieja imprenta cargada de gravámenes; una gestión que descuida un tanto el ilusionado investigador, volcado en la poética del papel, mientras sus arteros competidores se ciernen sobre la presa.

Dos amigos provenientes de un mismo medio, pero dos ilusiones sin posible comparación, pues las fantasías de la pasión amorosa y el brillo social y literario que mueven por la nerviosa capital del siglo XIX a Lucien (ahora Lucien de Rubempré) en poco concuerdan con la vida laboriosa y recta de David, una rutina provinciana en donde solo las deudas y esa suerte de locura científica entorpecen el suave discurrir de los días.

De modo que la sección dedicada al poeta (“Un gran hombre de provincias en París”) resulta sin duda la más atrayente tanto desde el punto de vista artístico como del sociopolítico. Estamos en 1821, durante la restauración borbónica, una época de la vida francesa aún marcada por la Revolución y la etapa napoleónica. Lucien sufre las humillaciones propias de un pueblerino sin recursos, despreciado por una mujer que le abandona en cuanto llegan a París. Conseguirá, no obstante, abrirse camino en medios literarios, pues, no sin penalidades, hace valer su indudable talento, si bien pronto se deja arrastrar en una lucha abierta y despiadada de intereses económicos y políticos; los mismos y corruptos mecanismos que acabarán por destruirlo y hacerle regresar a su región.

A través de este personaje traza Balzac un panorama vivísimo del ámbito cultural parisino, principalmente de la especie periodística (gacetilleros, teatros, salones, amores, editores que engañan a poetas, liberales contra monárquicos, libreros...); un relato fascinante, en el que tampoco faltan trucos narrativos y derivas de folletín, pero que se mantiene siempre a gran altura, regido por un pesimismo radical sobre la naturaleza de nuestras pasiones. Solo los componentes del grupo intelectual conocido como el Cenáculo se mueven con otros principios que los de la selva. Se dice que son seguidores de Fourier y Saint-Simon; pero esa línea queda siempre de fondo, a modo de esquemático contraste. El autor de la novela era un monárquico legitimista, y lo que defiende en esta historia no es precisamente la ilusión utópica.

En la última parte (“Los sufrimientos del inventor”) pierde el libro su mejor pulso, todo se circunscribe, y con atropellamiento, a la enrevesada peripecia de embargos, bancos, abogados..., abusos con la ley en la mano: el combate de Ève y David “contra la avidez capitalista”, afán favorecido por las trampas del derrotado Lucien. No obstante, cuando este camina ya hacia el suicidio, se encuentra con un extraño personaje que le ofrece un pacto diabólico, de inmediatas y felices consecuencias, y cuya verdadera dimensión puede seguirse en otra formidable novela: “Esplendores y miserias de las cortesanas”. Pues lo mejor de regresar a Balzac es que nunca se termina. Y Vautrin, un demonio inolvidable.

Regreso a Balzac

Regreso a Balzac Moisés Mori

Compartir el artículo

stats