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Cómic

Todos no eran sus hijos

Teresa Valero firma un álbum ambientado en la España de los cincuenta, protagonizado por dos compañeros inesperados y, como toda novela negra que se precie, va cargada de sospechosos

Todos no eran sus hijos

La estructura se ajusta al clásico ¿quién lo hizo? Comienza con una mujer hallada muerta y los investigadores siguen las pistas que los conducirán hasta su asesino. El lector sabe tanto como los sabuesos, así que adelanta sus propias conclusiones, desconfiando de unos y descartando a otros. Vaya por delante que nunca he sido un fan de la novela policíaca. Tanto en cine como en literatura llega un momento en que los nombres de los personajes se lían en mi cabeza y la emoción asociada a la caza, al esclarecimiento de quién es el culpable, se disuelve en la argamasa que conforman las diferentes identidades, que acaban, como mi cerebro, fundidas. Una vez lo intenté con Agatha Christie y tuve que dejarlo, era incapaz. Y lo mismo me pasa con las pelis de Marlowe y compañía. En Chinatown, todavía intento determinar quién era el padre y quién el marido. Exagero pero reconozco mis limitaciones al respecto. Algunas de las historias de El Cubri en los noventa con el detective Peter Parovic me fascinaron por su claridad. También los primeros Alack Sinner, antes de que sus autores empezaran a abusar de los hongos y la pedantería. Por supuesto, Marvin el detective de los inevitables Milazzo y Berardi me parece una obra maestra. Pero es un género que me cuesta abordar. Considero que son historias que deben estar muy bien contadas para permitir al lector diferenciar a los personajes y seguir la acción con claridad.

En Contrapaso eso se consigue a medias. Teresa Valero exhibe un dibujo detallista y encantador, aunque en ocasiones adquiere un protagonismo inadecuado para la historia, distrae más que cuenta. Más allá del agradable dibujo, se esfuerza por construir una trama en la que cualquiera podría ser el culpable. Tres médicos enfrentados más su maestro, unos investigan sobre deformidades, otros analizan a los presos para averiguar si todos los marxistas son unos tarados, los de más allá roban bebés a mujeres de clase baja, aquellos intentan «curar» lesbianas a base de electro-shocks, mujeres insatisfechas ingresan en clínicas de lujo para que las seden y se les pase la ansiedad...

No se vayan, todavía hay más. Contrapaso no pertenece solo al género citado (¿Quién lo hizo?), también es una historia de «Amor de colegas». El guapo francés es emparejado con el veterano falangista y ambos se enzarzan en una investigación que los irá uniendo y les permitirá descubrir cómo se necesitan el uno al otro. La autora ha comentado en entrevistas cómo le costó describir a un «fascista bueno», ese periodista que en su juventud quiso cambiar el mundo y en su vejez es un cínico al borde de la amargura. En cuanto al gabacho, realmente muy guapo, es uno de los lados de la historia de amor del álbum, aunque ésta quede muy lejos de los referentes clásicos a la manera de Casablanca. Allí como aquí, una pareja que se conoció y amó en el pasado vuelve a encontrase años después. Todo ha cambiado, ella sale con otro, pero donde hubo llamas siempre quedan cenizas. Inolvidable la escena en que el joven y muy atractivo periodista se lo monta con el camisón de su amada, todavía la estoy asimilando. Como tema de fondo hay una reflexión sobre la paternidad, las relaciones entre madres, padres e hijos, la necesidad o no de reproducirse y alguna cosa más que no les cuento para no fastidiarles el final. La escena de la chica dibujando niños no la entendí hasta la segunda lectura.

Considero que el mayor problema de esta novela gráfica es su apretada agenda. Si a todo lo indicado se le añade la declarada voluntad de la autora de reflejar aquella etapa histórica como fue, el resultado es que ese contexto acaba comiéndose la historia principal, que pasa a ser una más en un conjunto excesivo y abrumadoramente ideológico. Como ejemplo basta recordar el homenaje a Giménez. Su famosa historia sobre la construcción de una chabola era una parte dramática y creíble dentro de «Barrio», una escena más, breve e intensa, en un fresco con personajes tan verdaderos como emotivos. En Contrapaso se incluye una secuencia similar, completamente innecesaria. Como tantas otras. ¿Por qué? Por agenda. El listado es abundante: el papel de la mujer en el franquismo, las publicaciones al margen de la Ley de prensa, la persecución de los homosexuales, la censura, la represión sexual, los sindicatos de estudiantes, la tortura policial... Todos ellos asuntos interesantísimos, cuando se abordan desde una lógica dramática. No como en este caso. Hay que meterlos, por imperativo moral. Supongo que sacará a algunos catalanes y vascos en sus próximas entregas, para rematar su listado de agravios.

Su paseo por los horrores del franquismo me aburre terriblemente. Tiene todas las bazas para llevarse el próximo Premio Nacional de Cómic. Felicitaciones.

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