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Arquitectura

Paulo Mendes da Rocha y otros «brasileiros»

La obra audaz y flotante, casi en vuelo, del premio Pritzker de 2006, fallecido recientemente

Paulo Mendes da Rocha. WIKIARQUITECTURA

Dicen que los nombres no importan: a Paulo Mendes da Rocha lo bautizaron Paulo Archias y fue un lujo de arquitecto para la ciudad de São Paulo.

No entiendo la arquitectura pública de Mendes da Rocha, fallecido el pasado 23 de mayo, premio Pritzker en 2006, sin la presencia de un montón de brasileños que, como figurantes, dan escala a sus tremendas estructuras flotantes y la disfrutan. Sí, podría decir espacios, que también, pero son estructuras, audaces artilugios que permiten a su arquitectura volar, ver que pesa pero no se cae, que se sustenta de una manera mágica que nos invita a investigar, a pensar. De esta manera se diseña el gimnasio del Club Paulistano, el “showroom” de Forma, la Capilla de San Pedro en Campos do Jordão, la casa Antonio Junqueira, la Antonio Gerassi, su propia casa y tantas otras, y las que más destacan: el umbráculo de la plaza del Patriarca en São Paulo y, también en su ciudad, la increíble pérgola infinita: el Museo Brasileño de Escultura. ¡Qué corra el aire!

Pienso ahora que los “brasileiros” trascendentes, los arquitectos que desde aquel frondoso país llegan al mundo entero, tienen una componente ingenieril muy fuerte. No concibo tampoco a Niemeyer (¡tantas audacias!), a Lina Bo Bardi (el museo de Arte de São Paulo también es un puente enorme), a Vilanova Artigas (con su tremenda escuela de arquitectura, con aquellos vuelos en esquina) o el más reciente y más afectado Marcio Kogan (hijo además de famoso ingeniero Aaron Kogan), no los concibo, digo, sin una base ingenieril muy fuerte. Hablo de afectación en este último porque la mayoría de estos arquitectos, los que se llamaban “paulistas”, gozan del brutalismo, de la presencia de los encofrados de madera vistos, envejecidos, sobrios.

Y es que ver, en la propia casa de Mendes da Rocha, las tablas de madera (de madera madera, no del “chichinabo” que hoy nos quieren vender como madera) y las puertas y las venecianas que cierran habitaciones, que dan su calidez, más fuerte al contrastar con el “concrete” inerte. También las carpinterías “finísimas”, como si el cristal basculante estuviera colgado del aire… Y es que el clima, allí tan benigno, llena de alegría los espacios, y de verde los patios.

Todos muy rojos... Niemeyer, en el salón de actos de Avilés, no quiso palcos ni tribunas: el Alcalde, el Presidente o Woody Allen son tan importantes ante el arte como el último de los súbditos de su república independiente. Mendes da Rocha –le recuerda así Luigi Snozzi– quería que el metro en Medellín uniera las favelas de los montes pasando por el centro, que fuera transparente para que los ricos vieran a toda la gente, y los de arriba bajaran hacia el valle. También Bo Bardi, que escapó del fascismo italiano y se hizo más brasileña que el Amazonas. Aunque Kogan, la última entrega, es más universal, mas de Amazon que de Amazonas, y dice abiertamente que se considera “una prostituta cuyo fin es dar placer a sus clientes”, placer espacial y material se entiende.

Una obra muy contenida y delicada de Da Rocha es la restauración de la Pinacoteca del Estado en São Paulo; sus ladrillos antiguos desvestidos de revoco se dejan acariciar por leves pasarelas, límpidos vidrios soportados por estructuras ligeras… Así que pido, para despedir a Mendes da Rocha, que entren en YouTube y vean el “flashmob” en este edificio, donde los paulistas van apareciendo, rindiendo un homenaje a este lugar con su paisanaje, con sus mezclas de razas, con sus pieles morenas, tocando sus instrumentos en crescendo, dentro del gran y sobrio espacio del maestro. Al final, cuando el redoble cierra aquel Bolero de Ravel, habrá nacido el espacio del silencio, seguiremos disfrutando nosotros y Mendes da Rocha ya habrá muerto.

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