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Novelar la guerra

El capital nazi invade Austria

Escritores diversos toman la guerra como excusa para crear ficciones

El capital nazi invade Austria

Aunque a usted, lector, puedan no interesarle en particular los entresijos de la anexión de Austria por la Alemania del III Reich (llamémosle, mejor, la invasión nazi). Aunque acaso la mayor parte de los protagonistas puedan resultarle ajenos, salvo Hitler, Göring o Ribbentrop. Aun así, la no por obvia menos inquietante tesis final de El orden del día le removerá sin dudarlo, y el tono exaltado, vehemente del narrador le llevará en un suspiro hasta la conclusión de su lectura. Vayamos por partes. El "Premio Goncourt" es el galardón literario por excelencia de los franceses y para los franceses. Se concede a la mejor novela publicada en el año y solo se puede ganar una vez en la vida. Su dotación es de 1,52 euros (sic: no es una errata); pero ganar el premio y vender como churros calientes la obra es todo uno. Amén del prestigio y la "grandeur" que conlleva. Lo ganaron Proust, con A la sombra de las muchachas en flor, y Malraux por La condición humana. El enorme Julien Gracq, gracias a La mar de las Sirtes y Simone de Beauvoir por Los mandarines. También Modiano, Duras, y ese Houellebecq que a quien le guste tanto mejor para él. Este año, el triunfador fue el lionés Éric Vuillard - un escritor y cineasta nacido en pleno mayo del tan denostado hoy y tan espectacular entonces 1968- que va cimentando su éxito en contar historias basadas en hechos históricos. La novela premiada sigue la misma tónica: unas pinceladas sobre cómo las veinticuatro grandes fortunas alemanas sostuvieron el ascenso y la guerra de Hitler a las que se suma el gran cuerpo que conforma esta novela: la anexión de Austria por el Reich en 1938, con los lamentables papelones que en tal suceso desempeñaron el canciller Schuschnigg y el presidente Miklas y el apaciguamiento o lenidad cómplice de Lord Halifax, por ejemplo. Levantar una guerra precisa dinero a paladas. No bastan las proclamas, los populismos, las arengas: se necesita dinero, muchísimo dinero. Y los nazis lo precisaban en 1933 para alzarse con el poder absoluto y proseguir su acción criminal. Por eso se va dejando caer una consigna entre los ricos más ricos de Alemania: "Acabar con un régimen débil, alejar la amenaza comunista, suprimir los sindicatos y permitir a cada patrono ser un Führer en su empresa". Música celestial para los oídos de Agfa, Allianz, BASF, Bayer, IG Farben, Krupp, Opel, Siemens, Telefunken, Varta€ representados por sus edecanes ejecutivos en la reunión de febrero de aquel 33. De acuerdo todos, satisfechos todos, una voz resume el motivo del encuentro: "Ahora, caballeros, ¡a pasar por caja!" Y por caja pasaron, a financiar la locura que tanto pasta les iba a reportar. Nadie se extrañó, ni alzó la voz. Lo resume Vuillard dando la razón, primero, y sentenciando después: "Tal invitación, un tanto descarada, no les pillaba de nuevas a esos hombres; estaban acostumbrados a las comisiones y a los pagos bajo cuerda. La corrupción es una carga ineludible del presupuesto de las grandes empresas; recibe distintos nombres: lobbying, gratificación, financiación de partidos". Pero todo el poder económico jugó a que allí no pasaba nada. Ni al estiradísimo Lord Halifax cuando visitó encantado Alemania a mediados de noviembre de 1937 (impagable la anécdota en que entrega su abrigo a Hitler confundiéndolo con un empleado). Pero, sin embargo, no solo se trataba de "megalomanía sobre trastornos paranoicos" pasajeros, como les convenía a tantos resumir con condescendencia. No solo se celebraba (excepciones aparte y convenientemente eliminadas) la estupidez propagandística de que en Alemania estaban "muy apretados" y que, por lo tanto, había que tomar Austria. No se hizo el caso debido a "los delirios de los filósofos" (Hegel o Fichte). Vuelve Vuillard a enfadarse: "Nadie podía ignorar los planes de los nazis, sus brutales intenciones. El incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933; la apertura de Dachau, el mismo año; la esterilización de los enfermos mentales, el mismo año; la Noche de los Cuchillos Largos, al año siguiente; las leyes para la salvaguarda de la sangre y del honor alemán, el censo de las características raciales, en 1935; son muchas cosas, la verdad".

He leído por ahí que la prosa de El orden del día es cartesiana, medida€ No doy crédito: el narrador grita, discute, impreca, chilla, juzga, se inflama€ Léanse los "exige" y "exige que" continuos de Hitler a los fantoches representantes austriacos. Léase el demoledor retrato de Schuschnigg: "Agotado, como si acabara de obtener una concesión, se resigna a un acuerdo más calamitoso que el primero"(€). No es nada. No aporta nada, no es amigo de nada, no es la esperanza de nada. Es más: posee todos los defectos, la arrogancia de la aristocracia y unas ideas políticas de lo más retrógradas (€). Ningún rayo de sol atravesará bruscamente su noche, ninguna sonrisa aflorará a la faz del espectro para alentarlo a cumplir su último deber. Ninguna frase digna de labrarse en mármol brotará de su boca. Ni una brizna de conmiseración, ni una chispa de luz, nada". Y el tremendo final: "Dice que sí a todo lo que le piden. Basta con que no se lo pidan amablemente". Aparecen en la novela personajes de espacio efímero, como pinturas negras; escenas propias de cine mudo cómico como el ridículo de la invasión de Austria con Hitler esperando entre el barro a que el atasco de tropas y material despejase; se cuentan la alegría, el entusiasmo de la espera con banderitas austriacas€ allí estaba ya el germen de Auschwitz; estremece la anécdota de Walter Benjamin cuando cuenta que a los judíos era a quienes primero se cortaba el suministro de gas, pues solían suicidarse con gas y dejaban las facturas de gas impagadas; y aterra ese anciano Krupp señalando al vacío en medio de una cena y preguntándose: "Pero ¿quién es toda esa gente?" Eran las víctimas de su dinero.

Y esa tesis final: "No pensemos que todo esto pertenece a un lejano pasado. No son monstruos antediluvianos, criaturas lastimosamente desaparecidas en los años cincuenta. Esos nombres siguen existiendo. Poseen inmensas fortunas. Sus sociedades se han fusionado en alguna ocasión y forman todopoderosos conglomerados". Y financian ahora a partidos democráticos.

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