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La mirada de Lúculo

Del campanario a la mesa

Del campanario a la mesa Pablo García

Paseando distraído por el puerto de Marsella di una vez con un restaurante, La Cuisine au Beurre, decorado con fotografías y recuerdos del desaparecido actor Fernandel. Al parecer, me contaron después, la familia de propietarios de aquel establecimiento había mantenido con él una larga amistad. De hecho, el nombre del restaurante era también el título de una de sus películas más famosas, dirigida por Gilles Grangier, protagonizada junto a Bourvil, en la que un soldado francés regresa a casa tras permanecer prisionero de los alemanes e intimar con una austriaca. Pensé en todo ello mientras comía una buena bullabesa de bogavante. Estar en Marsella y no hacerlo carece de todo sentido. Se trata de uno de los mejores calderos o sopa de pescado que se han inventado. A veces lleva más de una decena de variedades de peces de roca. También se incorporan a ella calamares y crustáceos, abundante aceite de oliva, cebolla, ajo, azafrán, piel de naranja y hierbas aromáticas, además de patatas. La bullabesa se come con la «rouille» una salsa picante, de color rojo, y una rebanada de pan tostado o los «croutons» (tropiezos de pan fritos, cuscurros). La de La Cuisine au Beurre gozaba de todos los predicamentos, se podía considerar un homenaje a la marmita francesa por excelencia.

Cuando murió Fernandel, Gino Cervi estaba metido de lleno en una función de teatro y no pudo asistir al funeral. Lloró en el camerino y envió una corona de claveles blancos acompañada de las siguientes palabras: «A Fernand, son ami Peppone». Pero esto conviene explicarlo, Fernandel, o lo que es lo mismo Fernand Josef Desiré Contadin, era el cómico que encarnaba al cura Don Camilo en las películas que se hicieron sobre las populares novelas de Giovanni Guareschi; el italiano Cervi, su anticristo en la pantalla, Peppone, el alcalde rojo, con el que mantenía un enfrentamiento de campanario tan divertido como constante, hasta donde la fórmula aplicada por los guionistas impedía que se agotase. Fernandel y Cervi eran también dos amigos que se juntaban fuera del rodaje en la mesa para discutir amablemente sobre la cocina provenzal, la calidad del culatello o del queso parmesano, y eso que el actor francés de rostro alargado y equino tenía fama de ser algo intempestivo.

Hijo de padres de origen occitano, Fernandel presumía de ser francés y en el fondo adoraba Italia. Su familia más directa había cruzado al otro lado de los Alpes después de vivir en un pueblo piamontés a unos veinte kilómetros de la frontera con Francia, cerca de la carretera estatal a Sestriere que sigue hasta el Val Chisone. Un bisabuelo paterno procedía de Fenestrelle, aún más cerca de la raya divisoria, donde había trabajado como oficial de aduanas. Fue su hijo, abuelo del actor, el que se trasladó definitivamente a Marsella para ocupar una plaza de corredor marítimo. Fernandel, aunque amaba Italia, era incapaz de pronunciar más de una frase seguida en italiano y prefería expresarse por medio de sonrisas, exhibiendo su prominente dentadura. Cuando estaba en Italia para rodar en el papel de Don Camilo se alojaba en un hotel de Parma y en los descansos entre una toma y otra paseaba por las calles de Brescello, el escenario de la acción, sin despojarse jamás de la sotana. Ni siquiera cuando se sentaba en las mesas del Bar Central de Piazza Matteotti, frente a «su iglesia», para beber el habitual vaso de Pernod al mediodía. Para los lugareños llegó a ser el segundo párroco, una especie de institución. Pese a su naturaleza reservada y algo antipática, despertaba admiración y simpatía en el pueblo.

Llegaba a Brescello para asistir a los rodajes en su cadillac negro con un chófer de librea y acompañado de su secretaria, que era a la vez la encargada de negociar fogones prestados para cocinar en ellos los platos provenzales a los que el actor, bien fuera por chauvinismo o por gula, era incapaz de renunciar. Su amigo y colega, Gino Cervi, como buen boloñés, contraatacaba con la mortadela y el gran queso reggiano de Parma. En la mesa jamás se rendía el onorevole Peppone, aunque las sobremesas terminaban entre carcajadas. Realmente, tanto en la obra de Guareschi como en las películas, ambos personajes representan posturas políticas enfrentadas en un pequeño mundo rural italiano de posguerra. Discuten, pero al verse ante conflictos más universales unen sus fuerzas a regañadientes, no sin antes haber descubierto una mutua buena voluntad para resolver cualquier problema. La razón, eso sí, se decanta casi siempre en favor del cura, mientras el alcalde comunista, de buen corazón pero bruto, da el brazo a torcer. Ahí, el autor de las novelas, hombre de derechas, hacía prevalecer su condición católica.

El director Julian Duvivier había elegido a Fernandel para el papel de Don Camilo, algo que inicialmente desaprobaba Guareschi que no se imaginaba su personaje interpretado por un francés grandote con cara de caballo. Cambió de opinión cuando lo vio actuar y más tarde dijo que no podría escribir una historia de la popular saga sin ver ese rostro y esos dientes. Incluso le pidió que fuera el padrino, junto con Peppone, de su sobrina. De la serie del cura y el onorevole llegaron a rodarse cinco películas entre 1952 y 1965, la sexta no se pudo concluir por la enfermedad y muerte de Fernandel. Unos años después se filmaría con otros actores.

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