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Oblicuidad

Depardieu crea al moderno Maigret

Georges Simenon se convirtió por sorpresa en el autor predilecto de la pandemia, en sus facetas de revelación o de relectura. Y el coronavirus ha traído la edición más elaborada y respetuosa de las obras del autor belga, la película Maigret. Cuesta decidir si el comisario ha descubierto a su intérprete ideal, o si Gérard Depardieu ha creado la versión del policía impasible que requería la modernidad.

El espectador no presta demasiada atención a la disyuntiva, se deja envolver por una historia de contenido narrativo limitado pero con un envoltorio de exactitud matemática. Frente a la exuberancia lisérgica de los modernos directores, Patrice Leconte ha sabido seleccionar los decorados ideales para sus viñetas. Maigret es una portentosa exhibición en facetas como la atmósfera, la dirección artística y la de producción, si a alguien le interesa distinguirlas. Cada puesta en escena es una obra de arte, con independencia de que se trate de la residencia palaciega de los sospechosos de haber asesinado a una novia entrometida, del domicilio del policía o de una triste habitación de alquiler, la chambre à louer.

Maigret la película orbita alrededor de Depardieu. Su físico proboscídeo, remarcado desde el reconocimiento médico de la escena inicial, elimina cualquier pretensión gestual. Se acomoda en la estela del Kurtz de torso inmenso recreado por Marlon Brando en Apocalypse Now. La trama desaparece entre los pliegues de la anatomía del policía, que sin embargo controla la acción desde un quietismo de samurai. Solo pronuncia la palabra «verdad» en una ocasión, y sin demasiada convicción. La poesía, si se permite la palabra, consiste en que las escenas conyugales sean tan acogedoras como el desarrollo de la acción. La Madame Maigret recreada magistralmente por Anne Loiret muestra una devoción racional hacia su marido, que ninguna traición sabría desmentir.

El cine tuvo un día cabida simultáneamente para Top Gun y Maigret. Quienes consideramos subyugante la segunda debemos padecer alguna enfermedad exótica, esperemos que incurable dada la alternativa. Tal vez se trate de las comidas espléndidas, servidas con la naturalidad francesa y regadas por los caldos oportunos. O el juego de que los trazos esquemáticos del actor monumental deban ser precisados por cada espectador. Depardieu se desliza como un bailarín de 130 kilos, sin un solo tropiezo. A la altura de su película.

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