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'Pachiko': quizá la mejor serie que veremos este año

Hablamos con la ‘showrunner’

Soo Hugh y los directores Kogonada y Justin Chon sobre

esta sublime adaptación de la novela de Min Jin Lee que se puede ver en Apple TV+. Un recorrido por la vida de cuatro generaciones de un clan de raíces coreanas

Minha Kim, en un fotograma de la serie «Pachinko». APPLE TV+

Hay historias que no necesitan serie y otras que pudieron quedarse en película, pero la de Pachinko pedía las 36 horas planeadas por la showrunner Soo Hugh (primera temporada de The terror). La novela de Min Jin Lee de 2017 cuenta la odisea de hasta cuatro generaciones de una familia de raíces coreanas; casi ocho décadas de acción a la vez íntima y épica con el trasfondo de la ocupación de Corea por Japón y la Segunda Guerra Mundial.

La serie de Apple TV+ es ya desde su estreno un entrecruzamiento fascinante de tiempos distantes y paisajes contrastados, una tranquila vorágine emocional con un personaje, Sunja, como elemento cohesionador. Por un lado, se nos cuenta su historia iniciática: cómo creció en una familia pobre de la Corea ocupada (la pequeña Yu-Nan Jeon es una revelación), quedó embarazada (ya interpretada por Minha Kim), descubrió la verdad sobre su amante (Lee Minho) y acabó dejando su tierra atrás. Por otro lado está el camino, ya en los 80, de su nieto Solomon (Jin Ha, de Devs), joven banquero americanizado que regresa a Japón para cerrar, quizá con ayuda de su abuela (Youn Yuh-jung, ganadora del Oscar por Minari), un lucrativo acuerdo de desarrollo inmobiliario. A las tramas sobre migración e identidad se une un misterio de suspense: la desaparición y aparente reaparición de Hana, una chica de la adolescencia de Solomon.

Nada de lágrimas fáciles

La coreanoestadounidense Hugh ha pasado los últimos cuatro años trabajando en la serie, un verdadero desafío narrativo al que se lanzó sin pensarlo, tanto por su conexión emocional con la historia como por su amor por el riesgo: «Cuando alguien me dice que algo es imposible, me dan más ganas de hacerlo», explica en videollamada con este diario.

Muchas producciones estadounidenses insinúan que es imposible escuchar más de un idioma (el inglés) en una serie, se desarrolle donde se desarrolle la acción, pero en esta todos los personajes hablan en su propia lengua materna: se combinan diálogos en coreano, japonés e inglés. «Era básico utilizar esos tres idiomas. Estamos contando una historia sobre migración, sobre mudarse a otro lugar y perder una patria. Si no ves a los personajes usando su idioma, o no sabiendo usar otro, todo pierde sentido».

A esos tres idiomas se une un cuarto bastante universal: el silencio. Hugh quería que las escenas respirasen y que la poesía se deslizara entre pequeñas esquinas, sin forzar nunca las infinitas posibilidades de la emotividad. «No quería resultar manipuladora. Quería que nos ganásemos las lágrimas en lugar de buscar la lágrima fácil. Por ejemplo, me encantan esas interpretaciones en las que vemos al actor tratando de no llorar. Me parece más interesante».

Directores con libertad

Cuando pregunto a Hugh por posibles referencias a nivel de televisión o cine, cita desde las más épicas miniseries de los años 80 (sobre todo, Recuerdos de guerra) hasta las películas de Hirokazu Koreeda (Still walking, De tal padre, tal hijo). «También hablamos mucho sobre Mizoguchi», recuerda el ascético cineasta Kogonada (Columbus), que comparte la dirección con Justin Chon (Gook). «Me encanta Ozu, pero en esta historia parecía más acertado remitirse a Mizoguchi: películas sobre la tragedia de las mujeres, sobre sus cargas, contadas casi como si fueran cuentos de fantasmas, con elegancia y misterio. Pero nunca nos pidieron imitar a nadie, en realidad».

La televisión es, presuntamente, el lugar donde un cineasta acude para perder su identidad, pero la experiencia fue distinta para Kogonada y Chon. «Me daba miedo tener que ajustarme a unos parámetros —explica el segundo—, pero pudimos encontrar nuestra propia forma de hacer las cosas». «Sinceramente, no habría soportado hacer solo planos medios cortos», añade. Los planos generales o los primeros planos de propiedades místicas también fueron posibles.

Aunque específica en sus contextos geográficos e históricos, Pachinko aborda en realidad temas universales. Kogonada cree que la serie viajará sin problemas por el mundo: «No trata solo sobre la historia asiática, sino sobre la historia humana. Creo que afectará a todo el mundo porque todos conocemos estos ciclos de la historia, y lo estamos viendo ahora también, en que hay opresión, éxodo y, después, necesidad de reconstruir, de sobrevivir».

Power pop y clásica actual

Como El pacificador, la tristísima Pachinko se abre, curiosamente, con una secuencia de créditos que es puro gozo: vemos al reparto de la serie bailar en un pachinko (los salones recreativos de Japón) al ritmo de Let’s live for today, de los pioneros del power pop The Grass Roots. El score original, muy diferente, corre a cargo de Nico Muhly, prodigio de la clásica moderna que sirve aquí una de sus mejores obras. «Una de las mejores bandas sonoras jamás creadas para una serie, en mi opinión», dice Soo Hugh. «Quería música coral y Muhly es brillante componiéndola. Bueno, es brillante componiendo lo que se propone. Le pedí que todo tuviera un aire sagrado: incluso el amor de una madre es algo sagrado, una forma de adoración». Sagrado score y sagrada serie.

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