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Oblicuidad

Ricardo Darín llena teatros y desmiente a los quejosos

No hay espectáculo más descorazonador que contemplar a un actor lamentando que no goza del éxito merecido, cuando esa oquedad en la platea es otra prueba de la inteligencia del público alérgico al quejoso. Dicho sea en honor de los plañideros, su insistencia ha sido tan convincente que a punto estábamos de dar por muerto el teatro. Hasta que regresó Ricardo Darín.

El actor argentino agota las localidades en su gira repetida con Escenas de un matrimonio. No vale la pena desperdiciar ni una línea desgranando el contenido de la obra, porque ninguno de los asistentes repara en el pretexto que solo sirve para renovar sus votos sacramentales con Darín. Podría pasearse por el escenario o afeitarse en público, en Mallorca lo ovacionaron cuando interrumpió la representación y se dirigió a la platea por las quejas a viva voz sobre una audición deficiente. No es un influencer analfabeto como la inmensa mayoría del gremio, ni un cómico que basa su gracia en ir mal vestido. Solo un actor, que derriba en una función clásica todos los tópicos sobre el declinar de su arte.

Es acertado precisar que la obra lleva firma de Bergman, un autor que es veneno para la taquilla por lo que refuerza el desafío de Darín. Por desgracia para los profetas del fin del teatro, el protagonista triunfa con un texto que espantaría incluso a los intelectuales de Twitter. Solo dos personas en escena, no se precisan multitudes tan difíciles de costear para ocupar todas las butacas del patio. Ni un solo aditivo tecnológico, esa profusión de vídeos que han degradado los montajes teatrales a una pesadilla televisiva. Y por si se necesitara el arma atómica, los precios son de aúpa, más de cincuenta euros por una localidad en ámbitos gigantescos donde la transfusión desde el escenario suena a entelequia, pese a lo cual se produce sin desperdicio.

Los llorones del no hay nada que hacer con la cultura replicarán asediados por este artículo que Ricardo Darín es irrepetible. Ni siquiera quienes hemos padecido a sus competidores nos atreveríamos a llegar tan lejos en nuestras conclusiones. Intentarán rematarnos con el argumento ad personam de que el argentino logra una atención suplementaria de la prensa, que se pelea por entrevistarlo. Pues solo cabe ser tan atractivo para los torpes periodistas como el protagonista de Escenas de un matrimonio, que cada noche alza el telón demostrando que el teatro sigue vivo para los vivos.

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