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Javier Fernández
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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Siempre se ha ensalzado a la Casa Real Británica como un ejemplo del buen hacer; una institución todopoderosa en el Reino Unido, con más capacidad de decisión e influencia que el Primer Ministro (aunque viendo últimamente los bailes de Boris Johnson, tampoco es que eso sea mucho mérito) y que pese a los escándalos, que no han sido pocos, parece incuestionable. Hasta ahora. Si en Zarzuela, Corinna y las supuestas comisiones acabaron —metafóricamente hablando— con el rey don Juan Carlos exiliado en Abu Dabi, en Buckingham, que logró sobrevivir a la mismísima Lady Di, ya saben que el escándalo Epstein ha acabado con ese idilio entre el pueblo y la reina Isabel II. No se cuestiona —aún— la imagen de la soberana, aunque se sabe que apoya en la intimidad al Duque de York, pero los actos vandálicos que empiezan a sufrir algunos de los edificios emblemas de la Corona Británica, como el castillo de Hollyroodhouse, que amaneció días atrás con una pintada en la que se señalaba el lugar como «el hogar de un pedófilo» y las imparables publicaciones de la prensa inglesa, no hacen sino confirmar que son muy malos tiempos para la monarquía.
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