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Oblicuidad | La importancia «irrefrenable» de Damián Barceló

Entrevistando a miles de personas se confirman las contorsiones que efectuamos para engañarnos a nosotros mismos. Damián Barceló, abogado de contrabandistas y hoteleros amén de descubridor del Caribe mallorquín, no incurría en este solapamiento. «Soy irrefrenable, pero no actúo así por estrategia, sino por la satisfacción interior. Cuando me dicen que soy muy puta, les respondo que me digan una sola putada que les haya hecho. Como no encuentran ninguna, quiero que corrijan que soy molt viu».».

Lo conocí en Bali en 1985, comiendo una serpiente deliciosa con la piel crujiente. De repente se alza una voz bajita en la mesa, «esto es el paraíso, ni sindicatos ni demás zarandajas». Tuve tiempo de preguntarle por este exabrupto. Primero me recordó que «soy ultraanarquista, no ultraliberal». Añadió que era íntimo de Bruno Kreisky, patriarca de los socialistas europeos. De remate, movió otra ficha. «A través de él me considero amigo de Felipe González».

Entrevistar es vencer la muralla levantada por el rival. En cambio, todas las respuestas de Barceló eran provechosas. Se autoafirmaba porque «soy una de las personas más importantes de Balears, sobre todo por lo que he hecho para la expansión del turismo mallorquín en América». Compartía la furia de los conquistadores, aunque prefería el término de «adelantado». Casi puedo escuchar a alguien mascullando al fondo que escamoteamos la corrupción. Pues no:

-¿Usted ha pagado comisiones?

-A mí solo me han pedido para financiar partidos. Si luego se lo quedan, lo ignoro.

En cuanto a la emigración de los sobornos a los países caribeños, «digamos que son discípulos muy aventajados de lo que ocurre en España y en Europa, donde anida la verdadera corrupción. Aquí muerden, allí solo besan o lamen».

Estamos hablando en 1997, y el abogado de 72 años me comenta un malestar físico difuso que le impulsaba a un chequeo exhaustivo. Viviría un cuarto de siglo más, hasta ayer mismo, me dio la exclusiva de su conversión de la Escuela de las Américas panameña para torturadores en un resort de lujo. Solo se le podía ocurrir al intermediario que sentenciaba que «Juan March era pluridimensional y Gabriel Escarrer unidimensional, pero ambos espabiladísimos para el negocio». Con personajes autóctonos de este calibre, cuesta imaginar que los novelistas escarben su materia prima en geografías ajenas.

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