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Oblicuidad | ‘Masterchef’ solo humilló a Forqué, como a todos

El único argumento para mantener Masterchef es que cada cual se embrutece como puede, aunque su pervivencia en una televisión pública confirma el desprecio del Estado hacia sus ciudadanos. El suicidio de Verónica Forqué tras su participación en ese programa de telebasura, como la programación entera, ha desatado las iras de los ofendidos de cabecera, fariseos siempre encantados de rasgarse las vestiduras.

El primer interrogante, y el más simple, obliga a plantear cuántas películas de Forqué han visto en los últimos años en salas de cine quienes ahora denuncian a la espantosa televisión. Masterchef y los restantes formatos apestosos que pagamos a escote insultan a todos sus participantes, a cambio de una enjundiosa remuneración. La actriz también fue humillada en el concurso grotesco, pero resulta incluso pomposo dar un paso más, ojalá fuera tan simple deconstruir un suicidio.

Ante lo irremediable en el caso de Forqué, cabe ampliar el foco, a fin de preguntarse por qué las grandes damas de la escena española han de bajarse al moro de participar en espacios denigrantes con jurados dantescos. Cada obituario de la actriz destaca sus cuatro Goyas, pero no siempre se añade que fueron obtenidos en cinco nominaciones. Un éxito del ochenta por ciento, incluidos los galardones a mejor protagonista y secundaria en una misma edición, definen a una profesional que debería encontrar salidas más sensatas que Masterchef. Se podría añadir aquí que hacer el ridículo en la pequeña pantalla no es la suerte reservada a Maggie Smith o a Judi Dench. Sin embargo, la gran Naomi Watts ha declarado, a raíz del estreno de La familia Bloom, que se acabaron los tiempos en que bastaba con sentarse a esperar que sonara el teléfono.

Descubrí a Verónica Forqué a mediados de los ochenta en un teatro, donde representaba Bajarse al moro. Era tan solvente que le costaba comportarse como una estrella. Sin embargo, encarnaba la perplejidad y garantizaba la estructura de las películas en las que participó, por eso la solicitaban Almodóvar, Berlanga o Trueba. Su soltura ante las cámaras contagiaba de bienestar al espectador, de la misma manera en que los intérpretes inseguros también transmiten su nerviosismo al patio de butacas. Se insiste en que el actor ha de meterse en el personaje, se olvida que el público también debe introducirse en la ficción. La actriz sin divismo no soportó atravesar la cuarta pared.

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