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Oblicuidad | «Carlos de Inglaterra es tonto», según Oriol Bohigas

Joan de Sagarra evocaba las «boutades» de su amigo Oriol Bohigas, una secuela de la afición a confundir al genio fallecido con un arquitecto, con lo cual se arriesga a extraviar vertientes más valiosas del personaje. La Arquitectura con mayúsculas nunca fue su destino, sino su punto de partida. Entrevistarlo era exprimirlo, he aquí el zumo de una conversación casi apresurada en vísperas de Barcelona’92:

«El museo Reina Sofía es más feo que El Escorial».

«Carlos de Inglaterra es tonto, y no habría que dejarlo entrar en Mallorca. Además, deduzco que su tontería es generalizada, y no se limita a su discurso arquitectónico».

«Todo el mundo quiere diseñar o ir a bares de diseño. La gente se pirra ahora en Barcelona para que la entierren en el cementerio de diseño construido en Igualada».

«A cualquier arquitecto le gustaría remodelar la ciudad más bonita del Mediterráneo, que es Palma».

«La naturaleza ocupa un porcentaje tan elevado del planeta que no hay que preocuparse por su desaparición. Por tanto, esté usted tranquilo».

«Vargas Llosa acusa a Barcelona de haber perdido cosmopolitismo al enriquecerse, lástima que en su Perú natal ocurra al revés, y sus ciudades sean cada vez más miserables».

«Italia es el país más desorganizado y con los políticos más incompetentes del mundo, tendrían que venir a Barcelona a aprender».

«Los culpables de los destrozos de Mallorca son los políticos y los especuladores que los apoyan sistemáticamente. A los políticos hay que imponerles la pena de no votarles. A los especuladores, ninguna, porque se han limitado a jugar su papel».

«No se nos puede culpar a los arquitectos de la degradación paisajística, un arquitecto es artista o no es nada».

«Si yo fuera del PSOE, tendría usted razón en que soy españolista, pero yo estoy en el Partit dels Socialistes de Catalunya o PSC».

«Preferiría dormir con una señora estupenda que con Cobi, pero Cobi no me molesta (sobre si dormiría con un Cobi de peluche)».

«La arquitectura funciona hoy como la canción, el teatro o el cine, a base de grandes divos que hace treinta años no existían. Por cierto, yo no soy un divo».

Todo ello a bote pronto, desde la atalaya del contrarian irreductible, con una autosuficiencia muy documentada.

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