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Oblicuidad | Se fastidió al decir que «somos una gran familia»

El buen patrón es la gran película sobre la empresa que no se enseñará en las escuelas de negocios. Basta trasladarla al ambiente de un hospital o de una universidad, para descalificar en su conjunto a las organizaciones contemporáneas. En lo cinematográfico, navega en la estela de El reino, con el protagonismo absoluto de Bardem/Blanco. De hecho, sirve de pretexto para recordar que la corrupción política envuelve pero no monopoliza la degradación social.

El personaje interpretado por Bardem absorbe todo el oxígeno a su alrededor. Es un agujero negro de provincias, costaría efectuar un recuento de los crímenes que comete de buen humor durante la semana de intensa actividad que resume El buen patrón. Los ricos están dando un pésimo ejemplo con tanta hiperactividad. Sin didacticismos superfluos, se aprende que el líder de la manada impulsa a sus lugartenientes a ejecutar perversiones que ni hubieran sospechado. Nadie se llama a engaño sobre la naturaleza vil de los actos anejos a su función, pero se someten a la inercia imbatible de su jefe.

Por tanto, el entorno de estos seres más grandes que la vida misma sufre tanto como las víctimas. Sin saberlo, El buen patrón recoge uno de los recientes descubrimientos de Zizek. El sufrimiento no garantiza la inocencia previa, sin caer en la aberración de concederle un aura purificadora.

El buen patrón no es una película de buenos y malos, porque solo reúne a jugadores dispuestos a negociar su puesto en el escalafón. En el discurso inicial a la fábrica ves a Bardem, pero el actor se confunde magistralmente con su personaje conforme avanza la película, en una evolución simultánea al desmoronamiento de su peinado de opereta, que en la apertura lo emparenta con el John Malkovich de Las amistades peligrosas.

La fábrica de balanzas de El buen patrón milita en el paternalismo, vigente pese a los cursos de management. La propia y resignada esposa le recuerda a Bardem que su única aportación creativa fue personarse en el notario para recibir la herencia paterna. Y la moraleja inmoral de la película establece que todo se fastidió cuando alguien dice que «somos una gran familia». Bajo el barniz de una comedia de costumbres, se ha compuesto una sátira salvaje, que anula la voluntariosa polémica de que la sosa pantomima almodovariana de Madres paralelas debió viajar a los Oscar. La película de León de Aranoa sólo adquiere fragilidad en una relación sexual poco creíble, por mucho que el jabalí.

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