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Oblicuidad

Lequio lloraba por ver a su hijo hace 25 años

Lequio lloraba por ver a su hijo hace 25 años

Julio de 1994. Alessandro Lequio ha volado a Mallorca con la excusa de jugar a golf, pero bajo la pretensión de ver a su hijo Álex y de tantear una reconciliación con Ana García Obregón. Se aloja en el hotel Arabella Son Vida, sede del James Brolin casado con Barbra Streisand o del Rutger Hauer unido a Harrison Ford en Blade Runner. Quedo con el latin lover, aunque me corrige que "soy lo contrario de eso, tú me estás poniendo de playboy cuando yo soy un romántico".

Llego al hotel con la fotógrafa Siouxy. Llaman a Lequio desde recepción, pasa un tiempo, el conserje me dice que el playboy no puede bajar porque está muy afectado. Agarro el teléfono, y le suelto al modelo de Armani un discurso irreproducible por virulento. Accede. Se presenta envuelto en lágrimas. No lloroso, llorando, gimoteando, la antítesis del irresistible Alessandro. Me cuenta que esta desesperado porque Anita "no me deja ver a nuestro hijo Álex, he venido a Mallorca solo por eso". Infrinjo la norma de no confraternizar con el adversario entrevistado, intento calmarlo.

Los ojos humedecidos se mantendrán durante toda la entrevista, fue necesario secar las fotos con esmero. Me aproveché para interrogarlo salvajemente:

—Antonia dell'Atte dice que le bastaría con hacer una señal para que usted volviera con ella.

—Eso es totalmente falso.

García Obregón y el bebé Álex retozaban por la Costa de los Pinos de los Calvo Sotelo, los Luca de Tena o los Carlos Sainz, ajenos a las lágrimas de un Alessandro al borde del masoquismo:

—¿Hasta dónde llega su tristeza?

—He llegado a llorar. No a menudo, pero he derramado lágrimas.

Pactamos esa mentirijilla destinada a conmover a Anita, para la versión documental de nuestro encuentro. Les sorprendería la erudición de Lequio al describir el epistolario de Hermann Hesse que consolaba su melancolía, o su minuciosa explicación de la teoría de los 'corsi e ricorsi' de Giambattista Vico. Pero nos debíamos a nuestro público:

—¿Cuánto ha llegado a cobrar por una exclusiva?

—No he entrado en ese mercado, ¿o tú me estás pagando dinero?

—Pues no. Estoy encantado de hablar con usted, pero no llegaría a esos extremos.

—¿Lo ves? Es otra fantasmada de las revistas.

Lequio estaba tan entregado que confesó que "siempre he cometido fallos con las mujeres que he tenido". Y le dejé que lanzara un mensaje de reconciliación a la Obregón. No funcionó, claro. El dolor une más que el amor.

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