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El musical 'Evita' fue creado en Pollença

El musical 'Evita' fue creado en Pollença

El musical Evita, que revolucionó el género, fue concebido y gestado en una casa de Pollença. Es otra prueba de que la auténtica historia de Mallorca sigue pendiente, al margen de los literatos perezosos que se han inventado falsas visitas de Rodolfo Valentino, o han garabateado la biografía palmesana de Errol Flynn sin consultar siquiera sus memorias. Nos concentraremos aquí en los hechos. El norteamericano Hal Prince, que viene de fallecer a los 91 años, ya era un afamado director y productor teatral cuando compró su casa en el municipio septentrional.

En junio de 1976, a la villa de Prince en Pollença llegó Andrew Lloyd Webber, que veía peligrar su carrera de compositor. El trabajo conjunto entre ambos desarrolló la historia cantada de Eva Perón. El músico no solo pasó largas temporadas escribiendo entre las montañas mallorquinas. El diseño del escenario también se efectuó en la isla. Un año después de la reunión seminal, Timothy O'Brien y Tazeena Firth implantaban en Mallorca la pantalla cinematográfica que dominaba el espectáculo, y que se convirtió en un ingrediente esencial de ulteriores montajes.

Los créditos de Hal Prince llenarían a rebosar varios artículos como éste. El amo de Broadway produjo West Side Story, El violinista en el tejado, Cabaret, Zorba o El fantasma de la ópera. Si se prefiere detener la mirada en su faceta de director, refulgen Cabaret, Follies, Sweeney Todd, la propia Evita y El fantasma de la ópera. Es decir, los cimientos del espectáculo teatral contemporáneo en todas sus facetas. Lloyd Webber no olvidó nunca la isla donde creó su historia argentina. Años después compraría una casa en Deià, para convertirse en un obstinado defensor de la localidad y de su gastronomía.

La pregunta teórica y también retórica plantea cómo se produce el enamoramiento mallorquín de personajes como Hal Prince, que podrían ubicar su destino vacacional en cualquier rincón del Universo. El director teatral no se enamoró de una isla en abstracto, sino de una casa en concreto.

Una vez que sucumbió a la seducción, se comportó con la determinación y arrojo que cincelaron su carrera. Llamó a la puerta y realizó una oferta al propietario de la residencia. La respuesta fue una fenomenal carcajada, que hubiera disuadido a alguien menos curtido que el auspiciador de Evita. El intrépido norteamericano volvió a la carga días después, esgrimiendo una suma que nadie en su sano juicio podría rechazar. Sellado su triunfo en uno de los escenarios más bellos de su trayectoria, se instaló en Pollença con su esposa Judy, y allí fueron anfitriones de las luminarias de su época.

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