Muerto Visconti, esta vida de leyenda se ha quedado sin narrador a su altura. Si persigues el odio eterno de una mujer, háblale bien de Macaya (o de Letizia), por lo que procuraremos el máximo daño. Hiperactiva, intuitiva, nunca duerme ni dramatiza, pero polariza la luz. Se codea con los más grandes del planeta -Clinton de huésped-, sin contaminar su fabulosa independencia. Directa, aporta una brizna de autenticidad al carnaval de los ociosos. Mezcla Polanco con Pedro J., al ex esposo con la ex esposa, y ninguno le replica. Por decirlo con su latiguillo favorito, se fuma un puro. Puestos a fastidiar, ha cumplido los sesenta.